—Yo a vos, no te
veo igual. ¿Viste cuando te dicen que estás igualito y pasaron treinta años?
-Quise unir su deterioro al mío para que no se sienta
mal, yo me tomo algún trabajo-. Soy Profesor de gimnasia, hago pesas, yoga y
corro hasta los días de lluvia. No perdí ni un solo pelo, es de familia, lo
dejo blanco, las canas lo invadieron, pero con la piel tostada parezco un viejo
pintón. Durante el invierno, las Baleares me dan ese curtido que les gusta a
las pendejas. Los viajes los pago con la plata que junto, dando clases de
Iyengar. No voy a decir más nada de mí, sino voy a empezar a besarme.
—¿Querés saber?,
vos estás más joven que cuando éramos chicos. Pero tenemos distintas
profesiones, yo escribo todo el día, de la mañana hasta la madrugada, también
leo y siempre sentado en la misma silla , cuando me levanto, lamento no tener
una lapicera que pueda dibujarme el culo. La columna es deprimente, me inclino
para escribir, para comer algún delivery que me haga resistir. Y cuando me miro
en el reflejo de algún negocio, la columna es un signo de interrogación. Me dan
ganas de atarme un palo de escoba en la espalda, bien apretado, pero estos
carreteles si los enderezo, seguro que se me parten. ¿Te acordás cuando las
minas se peleaban por mí? Se usaban los intelectuales flacos, altos y con
anteojos, mínimo dos libros publicados y otro en elaboración, si era Jefe de
Cátedra me tenía que esconder. Nunca quise vivir con nadie, menos con una chica
sobona.
—Me acordé de
una ninfómana que nos gustaba a los dos, la mina decía que vos filmabas, eras
vanidoso y soberbio. Te dejabas avanzar por viejas, que te hacían sentir
pendejo. Pero igual a vos te gustaba. ¡Qué locos los dos! Morir por esa mujer,
si ahora la llegás a ver, no podrás creer que alguna vez estuvo tan buena y
nosotros a los pies. Vos te acordás que a la ninfa le regalé el Ser y la Nada,
¿podés creer que a las dos semanas, le pregunté su parecer? ¿Sabés qué me
contestó? Que no lo había leído porque tenía tapas amarillas y le traían mala
suerte.
El atleta
envidiaba al escritor, sabía que era capaz de darte vuelta la cabeza con dos
páginas escritas. Cuando llegó la despedida, el amigo de músculos alados, salió
corriendo como una saeta.
El escritor lo miró
y sintió envidia por no ser él.

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