viernes, 9 de agosto de 2019

DE LA VIDA DE ELLOS DOS



   —Yo a vos, no te veo igual. ¿Viste cuando te dicen que estás igualito y pasaron treinta años? 
-Quise unir su deterioro al mío para que no se sienta mal, yo me tomo algún trabajo-. Soy Profesor de gimnasia, hago pesas, yoga y corro hasta los días de lluvia. No perdí ni un solo pelo, es de familia, lo dejo blanco, las canas lo invadieron, pero con la piel tostada parezco un viejo pintón. Durante el invierno, las Baleares me dan ese curtido que les gusta a las pendejas. Los viajes los pago con la plata que junto, dando clases de Iyengar. No voy a decir más nada de mí, sino voy a empezar a besarme.
   —¿Querés saber?, vos estás más joven que cuando éramos chicos. Pero tenemos distintas profesiones, yo escribo todo el día, de la mañana hasta la madrugada, también leo y siempre sentado en la misma silla , cuando me levanto, lamento no tener una lapicera que pueda dibujarme el culo. La columna es deprimente, me inclino para escribir, para comer algún delivery que me haga resistir. Y cuando me miro en el reflejo de algún negocio, la columna es un signo de interrogación. Me dan ganas de atarme un palo de escoba en la espalda, bien apretado, pero estos carreteles si los enderezo, seguro que se me parten. ¿Te acordás cuando las minas se peleaban por mí? Se usaban los intelectuales flacos, altos y con anteojos, mínimo dos libros publicados y otro en elaboración, si era Jefe de Cátedra me tenía que esconder. Nunca quise vivir con nadie, menos con una chica sobona.
   —Me acordé de una ninfómana que nos gustaba a los dos, la mina decía que vos filmabas, eras vanidoso y soberbio. Te dejabas avanzar por viejas, que te hacían sentir pendejo. Pero igual a vos te gustaba. ¡Qué locos los dos! Morir por esa mujer, si ahora la llegás a ver, no podrás creer que alguna vez estuvo tan buena y nosotros a los pies. Vos te acordás que a la ninfa le regalé el Ser y la Nada, ¿podés creer que a las dos semanas, le pregunté su parecer? ¿Sabés qué me contestó? Que no lo había leído porque tenía tapas amarillas y le traían mala suerte.
   El atleta envidiaba al escritor, sabía que era capaz de darte vuelta la cabeza con dos páginas escritas. Cuando llegó la despedida, el amigo de músculos alados, salió corriendo como una saeta.
   El escritor lo miró y sintió envidia por no ser él.  

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