miércoles, 7 de agosto de 2019

LA GENTE YA NO VE NADA



Los de la cola del micro, los que no se sabe a dónde van, los comerciantes y los adolescentes que salían de las escuelas, los niños cuyas madres les tapaban los ojos. Los motociclistas nada, son muy duros de frenar. Mucho menos si algún colega se lleva puesto el señor de pinta distinguida con sombrero y guantes de cuero. Cruzaba con la luz verde, lo que debe ser, mientras la parejita de policías de tránsito, miraban el espectáculo fumando un pucho, tranquilos, contra la pared. De casualidad pasó un joven del Hospital, que estaba haciendo su residencia, munido de un bolso de primeros auxilios, jeringas y bisturíes, dos paquetes de algodón, regalo de sus padres de Rauch, retirado en la terminal.
   Pidió a todos que se retiraran y a los policías detener el tránsito, un celular para pedir una ambulancia de Emergencia, pero la mitad estaban rotas y las otras trabajando en situaciones similares. Salió la dueña del comercio de telas con sábanas blancas y tohallas. El Doctor suturó todo lo que pudo, pero la víctima tenía el abdomen con su interior a la intemperie. Juntó la piel de un lado y de otro, metió con sutileza, con guantes quirúrgicos, que él mismo traía. Le rodeó el abdomen con una sábana blanca. Armó cilindros de algodón y los introdujo en los buracos restantes.
   Toda esta construcción le llevó veinte minutos, mientras un señor, comedido, le daba oxígeno boca a boca y le oprimía el plexo solar. La ambulancia llegó a la media hora, era nueva y estaba munida con los equipos de emergencia. La sirena iba dejando la calle vacía. El traje del distinguido, el médico no tuvo más remedio que rajarlo con las manos. Dos veredas más adelante, huían dos chicos de la calle, con el sombrero puesto y los guantes cuero, de aquel señor que lo pasó feo.

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