Los de la cola del micro, los que no se sabe a dónde van,
los comerciantes y los adolescentes que salían de las escuelas, los niños cuyas
madres les tapaban los ojos. Los motociclistas nada, son muy duros de frenar.
Mucho menos si algún colega se lleva puesto el señor de pinta distinguida con
sombrero y guantes de cuero. Cruzaba con la luz verde, lo que debe ser,
mientras la parejita de policías de tránsito, miraban el espectáculo fumando un
pucho, tranquilos, contra la pared. De casualidad pasó un joven del Hospital,
que estaba haciendo su residencia, munido de un bolso de primeros auxilios,
jeringas y bisturíes, dos paquetes de algodón, regalo de sus padres de Rauch,
retirado en la terminal.
Pidió a todos
que se retiraran y a los policías detener el tránsito, un celular para pedir
una ambulancia de Emergencia, pero la mitad estaban rotas y las otras
trabajando en situaciones similares. Salió la dueña del comercio de telas con sábanas
blancas y tohallas. El Doctor suturó todo lo que pudo, pero la víctima tenía el
abdomen con su interior a la intemperie. Juntó la piel de un lado y de otro,
metió con sutileza, con guantes quirúrgicos, que él mismo traía. Le rodeó el
abdomen con una sábana blanca. Armó cilindros de algodón y los introdujo en los
buracos restantes.
Toda esta
construcción le llevó veinte minutos, mientras un señor, comedido, le daba
oxígeno boca a boca y le oprimía el plexo solar. La ambulancia llegó a la media
hora, era nueva y estaba munida con los equipos de emergencia. La sirena iba
dejando la calle vacía. El traje del distinguido, el médico no tuvo más remedio
que rajarlo con las manos. Dos veredas más adelante, huían dos chicos de la
calle, con el sombrero puesto y los guantes cuero, de aquel señor que lo pasó
feo.

No hay comentarios:
Publicar un comentario