No vive en una casa, no come en una mesa, tiene un Padre
que se fue y una Madre que ni puede imaginar. Ningún amigo para caminar, ni
hermano. Hay un basural a cielo abierto, allí procura su alimento, hay cada vez
menos comida. Uno que lo llamó: —Amigo, esto te lo regalo.
Después de
escuchar a muchos decir “Amigo”, era una forma de atender alguien desconocido.
—¿Cómo
me vas a regalar un chorizo crudo con gusanos? ¿Qué te pensás que soy?
El Amigo se
revolcó en la basura. —Sos un tipo igual que yo. ¿Vos te pensabas que eras
mejor? Andá! Andá, antes que me arrepienta, de algo que se me ocurrió.
Él siguió
caminando hasta que terminó la basura, en un límite de alambre de púa, donde
colgaban estampitas, trapos atados, gatos muertos hacía mucho, un rosario por
la mitad y tres chimangos vivos que volaban y volvían, más feos que el chorizo
con gusanos.
Cuando pudo
pasar una tranquera que decía “Prohibido Pasar”, lo rodeaban pinturas que
decían “Puto”, “andá a la mierda y cómela” y cosas, por escribir alguna
pelotudez. Aprendió a leer en la calle y a escribir viendo a otros en casa, se
notaba, tenían aerosoles y se reían de sus dibujos porno y los nombres que
dibujaban.
La noche del
basural se le durmieron las piernas y cayó bajo unos fresnos hojudos y soñó que
era su casa y el techo eran las hojas.
Escuchó un motor
que se acercaba, por suerte no era la yuta, era un auto hecho pelota y una
pareja que salió y se dedicaron a coger, eran más chicos que él. En el momento
más álgido de la pareja encontrada, él sacó su revólver grandote, que le habían
regalado en el basural, hacía unos días, fue un regalo que en algún momento iba
a usar.
Entonces le disparó
al tipo y después a la mujer, los remató por si vivían. Les buscó en los
bolsillos, tenían 250 pesos y un celular nuevo, que él mismo atravesó con una
bala. —¡Uy dios, lo que me perdí!
Subió al auto
hecho pelota y anduvo derecho cuando agarró la Avenida. No había nadie en la
calle. En una esquina hubo dos yutas que le tiraron una mochila adentro del
auto inservible. Y jugaron a ver cuántas balas necesitaban para matar al
pendejo, con una era suficiente. —Te dije boludo, las demás son laburo, hay que
juntar los casquillos, son cinco. Rápido, vamos, antes que algún forro nos vea.
Tengo hambre de pizza a esta hora y con nuestras pilchas, no tenemos que pagar…qué
cosa rara me pasa, cada vez que matamos un pendejo, después me dan ganas de festejar,
con una empanada y un vino…terminamos nuestro turno.

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