—Tené la soga bien fuerte, la roldana va a funcionar.
Grande, robusto y mitómano. Sus amigos eran iguales. No pudo tener hijos y quería a sus sobrinos como si fueran suyos. Los invitaba a la quinta, pero sólo de a dos, eran nueve.
—Prefería los dos más grandes.
—¿A vos te parece, Pepo?, no te vayas a ofender, tu hermano, ¿será responsable para llevar a los chicos el fin de semana, no será muy peligroso?
Cuando yo tenía ocho años, mis Padres salieron con sus amigos y a cargo de mi hermano me dejaron. Lo primero que hizo fue atarme a un árbol, yo hacía fuerza pero los nudos no se soltaban, me puso una manzana en la cabeza. —Será mejor que no te muevas, por las dudas te voy a atar el cuello, no te muevas, cobardón.
Fue a buscar la ballesta de Papá, no el arco de juguete. Un elemento para matar, que en mi hermano era probable, no tenía puntería, me quedé como una estaca. La hacía larga: —Cuento hasta diez y disparo.
Vi la manzana entera en el medio del jardín. Algo tibio que me caía de la cabeza a mis orejas y en la cara y en el cuello.
—¡Te dije que no te movieras! Ahora te voy a desatar, guarda con la ballesta, no te vas a vengar.
Hizo un rollo con las sogas y las arrojó lejos, al otro lado del muro. Tenía yuyos altos que taparon la prueba. Fue a buscar corriendo el botiquín de primeros auxilios. Sentó al hermano contra el árbol y caía de un lado o del otro, estaba con desmayo, le puso el rollo completo de gasa alrededor de la cabeza, la gasa no le alcanzó, siguió con el algodón. La sangre fluía, hasta que finalmente cesó. Escuchó los pasos de los Padres en aquel pasillo largo.
—Padres, el enano me quiso clavar la flecha de la ballesta en el medio del pecho, no podía detenerlo, entonces me defendí, le tiré al ras de su cabeza.
Los viejos ni lo escucharon, llamaron una ambulancia, en el Hospital le suturaron la herida que iba de la frente a la nuca, setenta puntadas recibió. Tenía dos contusiones y esa noche la Madre se quedó en el Hospital.
Al resto de la familia, lo contaron como un juego de niños, con algo más invasisvo.
—Yo le dije al Padre, no podemos dejarlos solos, siempre hay un riesgo.
Le acariciaba la cabeza al culpable de aquel delito intitulado “pelea entre hermanos”. Sin tener en cuenta que el mayor no tenía un rasguño. A los quince años de aquel episodio: —Hola Pepo! ¿Cómo andan los chicos?
Silencio de pozo. El Tío lloraba. —Tienen que ir al Hospital Italiano, urgente. Jugaban con una soga, el más chico atado al cuello y el más grande con la roldana, que subía y bajaba, qué desgracia. Dios mío, la roldana se trabó y era tan alta que no lo pude bajar. Yo estaba tomando vino y regando, cuando escuché los gritos del grande y presencié la escena, vino una ambulancia de emergencia. Ellos cortaron la soga y cayó mal, en el pasto. El Médico que lo atendió dijo que…dijo que…¿me das con mi hermano?
No sé cómo terminó, tal vez algún lector, pueda contar algo, que yo ignoro.

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