No sé si podré
escribir con esta birome de mierda. Me olvidé de comprar y tengo una historia
para escribir, cuando se termine la tinta voy a tener que abandonar:
Era la madrugada
y Gabriel no estaba, se fue en puntas de pie, para desayunar con Piera. La
había conocido por la calle de su trabajo. Ella era pálida como la nieve, pero
tenía una sonrisa que invitaba a la charla desprolija.
—No podré
desayunar con vos, se pasó la hora, tengo que ir si no pierdo mi turno.
A Gabriel le
disgustó, por excederse de tiempo, escuchando a Piera. A él lo contaban como
ausente y entraba en la lista de los próximos diez echados. Su Mujer trabajaba
todo el día y no le quedaba tiempo para preocuparse del despido de Gabriel.
El tercer lugar
fue para Piera, como no asistió sería atendida mañana. Se sentó en la puerta,
esperando que la nieve calmara su oficio de nevar y pudiera caminar.
Gabriel la
encontró de nuevo:
—Te veo mucho
más pálida y la boca la tenés azul, sería un placebo invitarte a tomar un
capuchino, un café o lo que quieras.
Este tipo es
comedido, merece mi respuesta:
—Cualquier cosa
que ingiera, la vomito a los tres minutos, mi única esperanza es llegar a
tiempo para la quimio. Me alivia estos dolores, aunque sea hasta mañana.
Salió corriendo
una senda, con sus patines, él la vio entrar y esperó ver cómo desaparecía
entre tantos pasillos cruzados. Fue hasta la Recepción.
—Quisiera saber
el lugar de una paciente llamada Piera. Sé que se hace quimio. ¿Tiene cáncer?
La mujer lo miró
como a un bicho raro:
—Mire señor,
aquí no brindamos ese tipo de información, guardamos la privacidad de todos los
pacientes. Piera es una entre un montón, que lucha hace más de diez años y éste
es su último recurso. No tiene dinero para que la puedan operar de un tumor,
que no crece, pero está. Le alivia venir acá, escuchando otras historias.
Gabriel quedó pegado con la noticia que Piera podía operarse. Corrió al Banco y
sacó sus ahorros de veinte años de trabajo.
El Médico que le
asignaron a Piera apareció una mañana y le contó que alguien anónimo, había
donado el dinero para la operación. Ella, refulgente preguntó quién había
tenido ese gesto inesperado y generoso, se dirigió a la Recepción.
—Lo único que
puedo decirte, por haber recibido yo el cheque en mano, es que vestía una parca
verde, era alto, con un sombrero que le cubría los ojos.
Al ser primera
en la lista, le fue otorgada la operación gratuita. Salvó su vida y la festejó
por dentro. No quiso que otros enfermos cayeran en estados depresivos. Alguien
le alcanzó la dirección de Gabriel. Pudo prescindir del cheque, lo puso dentro
de un sobre que en su portada firmaba: Piera.
Y al final me
quedé sin tinta, si no llueve mañana voy al pueblo, compro una, podré seguir
esta historia y lo que pasó entre…qué lo parió, no escribe más.

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