lunes, 27 de diciembre de 2021

BROCA

 

   —La Sra Mecha, vino a visitarla, ¿la hago pasar?

   Amparo me habla, no escucho lo que dice, hago un esfuerzo y ella dice, me doy cuenta porque mueve la boca y hace gestos absurdos para despertarme.

   Presto atención, no escucho nada, entra Manucho con cara preocupado, habla a los gritos, tira mis libros apilados. Pero no hay caso, no escucho nada, ni los sonidos potentes de la calle, ni la vecina que habla a los gritos.

   —Decime Amparo, ¿podés ir a la Farmacia? Pediles algo para abrir mis oídos.

   Trajo gotas que no me hicieron nada. Entró Mecha y me hablaba, o me parecía o no sé. Me subieron al auto de Mecha y me llevaron a una Guardia. Manucho me abrazaba, sentí algo placentero, un inmenso espacio de silencio.

   El Médico entró como un ciclón, seguro por nuestro apellido, sin un mango pero con un prestigio, que nadie sabe cómo empezó. Me levantó Mecha y me acostó en un sillón de respaldo de muchas posiciones. Vi al Doc, acercarse con sus instrumentos y le señalé papeles y una lapicera, donde escribí: “Doc por favor, escriba lo que Ud ve, porque el dolor me está matando.”

   Me revisó ambos oídos y contestó con inmediatez, con esa letra infame de Médico, pero me alegré, porque con esfuerzo entendí lo que escribió: “Sra, le pido que tenga paciencia, pero no le voy a andar con vueltas, sus oídos tienen el tímpano perforado, el oído medio y el interno, se encuentran lastimados, como si fuera con intención, tienen un sangrado importante. Le colocaré estos tapones”.

   Manucho y  Mecha, querían explicaciones mientras el Doc cerraba los labios apretado. Noté que les pidió que se retiraran.

   “Ud toma psicofármacos, ¿son recetados?”

   —Me los prepara un amigo, el único que tengo que es de fiar, cuando la tristeza me come el alma, se nota que siempre tiene hambre, recurro a las pastillas, me quedo en estado Alfa y mirando desde el sillón, comprendo que tomé casi un blíster.

   “Sra, yo pienso que su sordera es absoluta y no tendrá solución, le voy a dar el nombre de dos eminencias, tal vez ellos…pero tal vez”.

   Todo lo que hablamos y las tarjetas eminenciales, las escondí dentro de la cartera. Cuando salí del consultorio, Mecha parecía darle consuelo a Manucho, sosteniendo sus manos agitadas.

   Fui al Sanatorio, donde atendían los prestigiosos, estaban ambos esperando. La historia de mi apellido, otorgaba privilegios, además de la información del Médico de Guardia, que había tenido una charla previa.

   Con una tecnología complicada, me realizaron varios estudios. Mis dos tímpanos habían sido penetrados por un taladro de brocas muy delgadas. Fue una práctica realizada sobre mi persona anestesiada.

   Todo lo acontecido fue explicado y dibujado en una pantalla, también el diagnóstico y los medicamentos para calmar mis oídos. Me dieron un turno para la semana siguiente. Adelantaron que no existía ningún tipo de operación, para reparar el daño que fue absoluto.

   Llegué a casa, a paso lento, buscando lugares con los ojos. En el hall de entrada encontré a Manucho y Mecha, en situación de besos plenos. Fui a buscar, de inmediato, el taladro al garage, le puse la mecha más gorda que encontré. Quité los zapatos para que no me escucharan, qué ironía, les taladré las espaldas y me dio risa verlos como dos coladores. No lloré, después de todo, cualquiera puede equivocarse.

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