Hice un cuento
que no le gustó, dijo que si yo quería lo tipeaba, pero le pareció un
disparate. Su opinión fue un abuso de persona. Cuando yo, me levanto temprano,
lavo las sábanas, preparo el desayuno, espero tres horas para que desocupe el
baño y en tres minutos, me baño yo. Deja las tohallas mojadas en el piso. Hace
pis afuera del inodoro.
Voy al
Supermercado, me lastimo las manos por las provisiones que traigo. Cocino tres
platos, una entrada, el principal y el postre. Lavo la cocina, seco los platos,
repaso el piso, paso la aspiradora, limpio el baño, barro la vereda y cuando él
se va a la cama, aprovecho para leer o escribir.
Cuando se me
cierran los ojos, voy a dormir la siesta. Ni bien me acuesto, él se levanta,
escucha música a todo volumen. Se mete en la pileta, sale pisando barro que dispersa
por el piso de toda la casa. Encima me dice que mi cuento es un disparate.
Mientras mira
cualquier partido, por la noche, la última vez me vengué, llené su cama con la
bolsa de basura reventada, en vez de almohada, llamé al perro y lo hice cagar y
mear, en las sábanas, arranqué rosas con espinas y las distribuí a lo largo. Me
dieron náuseas lo que yo misma hacía y le vomité a los pies de la cama. Por
suerte dormimos en camas separadas.
Tiré perfumina,
porque yo no iba a dormir con ese olor. A la mañana siguiente, mientras
bostezaba con olor a zoológico, a chivo, a culo sucio, preguntó:
—Ché Negra,
¿puede ser que anoche no hayan pasado los Recolectores?

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