Primero pagame.
Después dame alguna idea, tengo las compuertas cerradas. Si yo no lo puedo
empezar, terminalo vos, tal vez se me ocurra un principio inquietante. Tengo
miedo de arrojar anzuelos que no conduzcan, sería ingrato para el lector.
Otra cosa
fundamental: la propaganda. El cuento, aunque no esté escrito, si tiene
difusión el público se interesa. Hacer afiches notables por sus dimensiones,
que digan que el cuento todavía no tiene nombre, es el componente ideal para
que sus comisuras dibujen una sonrisa y
borren la cara de culo que portan anormalmente.
Es importante la
presencia de alguno que entreviste. Una grabación, de esos que saben todo de
nada. No le quiero ver la cara, la estupidez humana carece de límites.
Necesito un
fotógrafo, la imagen es primordial, vamos a contratar mi doble con veinte años
menos, quiero el mejor fotochopeador que exista.
Repartir
figuritas con la exclamación “¡Qué cuento el que te cuento!”, sobre la sombra
de mi perfil, arrojarlas a la marchanta en los lugares más concurridos.
—¿Y el cuento?
— Si lo querés, primero pagame.

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