Nuestra madre,
buena como el pan que amasaba, vivía un mundo paralelo, éste le resultaba
ajeno. Hablaba de Boris y Rafa, dos hermanos más grandes que nosotras y le
brillaban los ojos.
No los
conocimos, estaban tan lejos. Ella decía Marbella, o tal vez India o trabajando
en alguna isla caribeña. Susi, mi hermana, moría de envidia. Un día, ya
crecidas, le preguntamos si no gustaría que viajáramos a ver si los
encontrábamos. Dijo que no, además el viaje era caro, aunque la Abuela tuviera
ahorros en dólares. Hacía tiempo la Abuela había ofrecido su dinero. La
negativa de mami fue contundente. Además no tenía ganas de perder dos hijas
más, ni siquiera por unos días.
Realizamos una
consulta con un abogado de prestigio y buenas conexiones. Nos informó acerca
del destino de Boris y Rafa. Volvimos en tren, sin hablar. La decisión de no
contarle a nuestra Mami quedó encerrada en nuestra cocina, donde cantaba y
amasaba. Apenas saludó, nos mandó a lavar las manos para comer bajo el aromo.
Terminado el almuerzo pidió silencio para dormir sus quince minutos de siesta.
Nos dijo que Boris y Rafa le mandaban mensajes en sus sueños. Ahora vivían en
Australia, el año entrante viajaban a Dinamarca.
Estaba contenta
con sus hijos itinerantes. Nuestra Madre se había instalado en un planeta,
donde no entraban el horror ni el espanto.

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