En la cuadra
había veinte conventillos. Selena, sentada en el umbral de la vereda, fumando
un cigarrillo, mirando una casa.
Cómo me gustaría
vivir allí, donde tienen dos autos, un jardín, con el césped cortadito, pleno
de flores exóticas multicolores, que trepaban las paredes y las rejas que lo
rodeaban.
Selena, comparó
con el patio de su conventillo, la pura maceta de malvones, hombres y mujeres
tomando mate, que siempre la invitaban. Selena contestaba: —No es por
despreciar, pero el mate me cae mal.
Ella se
encargaba de baldear los patios de tres conventillos. Un tipo buenmozo, alto,
de mirada dulce, abrió la puerta más grande: —Qué lástima que gastes tus manos,
tan blancas y jóvenes, baldeando estos patios infinitos. Tu nombre es Selena.
Tenía muchas ganas de conocerte.
—¿Por qué?
—Porque me
gustás mucho, tanto como tus bucles. ¿Te los hacés vos, o son de peluquería?
—Es mi pelo
natural.
Él masticaba
hojitas de menta, y la convidó. Selena aceptó y crearon una atmósfera mentolada.
Se sentó bien cerca de ella y le apoyó la mano en la rodilla. Selena pensó:
chau, este tipo ya es mío.
La invitó a
entrar a su pieza y le preparó un cafecito, mientras ella miraba las paredes,
con afiches superpuestos, algunas fotos porno, una alfombra gastada y la cama
de dos plazas, sin tender.
—¿Querés que
haga la cama?
—No es
necesario, yo me encargo, tengo que cambiar las sábanas porque hoy llega mi
pareja.
—¡Ah! ¿Estás casado?
—Y, tendría que
convivir más tiempo.
Tocaron la aldaba y entró un hombre que él
abrazó y le dio besos en la boca.
—Selena, te
presento a mi Marido, se llama Armando. Si nos permitís, hace un tiempo que no
nos vemos y necesitamos estar solos. Cuando nos casemos quiero que vengas,
podés llevar a tu Novio, no hay problema.

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