jueves, 16 de julio de 2020

GALLINERO


  Siempre fue grandota, tenía la misma edad que nosotros, pero nos llevaba dos cabezas. En el Aula se sentaba en la última fila, para no tapar el pizarrón. Begonia, tenía brazos gordos y manitos redondas. Los hombros eran anchos y parecían tener una pelota de football en cada uno. La panza le llegaba al cuello. La cintura no estaba en los planos de su cuerpo.
   Las piernas de Begonia no le permitían correr, caminar caminaba, pero su cara tenía dibujado el sufrimiento. Había dos cosas bellas, su pelo abundante y largo y los ojos de almendra, azul ecléctico. Respondía a la tradición: “Todas las gordas tienen cara linda”.
   La queríamos porque era un pan de Dios, dictaba en los exámenes, contaba cuentos verdes desopilantes, imitaba a cualquiera a la perfección y hasta les hacía la misma voz. Cuando advinieron las Fiestas, de 15, de 18, de 24, la gorda bailaba sola. Los chicos le huían porque era de charlar mucho y con cualquiera.
   Yo siempre le era sincera: —Begonia, si vos bajaras de peso, serías la Reina del Mambo.  
   Según la Madre, era glandular.
    —Vamos a trazar un plan y te aseguro que en diez meses, les pasás el trapo a todas.
   Salíamos todas las mañanas, al principio Begonia se arrastraba, después empezamos a caminar y luego aumentó velocidad. Nos pagamos entre las dos, un Personal Trainer, venía con su Novia que era Profesora de Yoga. No quería que hiciéramos pelotas, digo Pilates
   —Hay que abrir el pecho, levantar el esternón.
   A veces nos deteníamos a mirar el paisaje, con diversas respiraciones. En un año, Begonia, llegó a tener un cuerpo armonioso, le adelgazaron hasta las manos. Cando íbamos a los Boliches, los tipos se intimidaban, mucha mina, asusta. Begonia se anamoró de un chico que le llegaba a las tetas, era negro y petiso.
   Las amigas envidiosas, como son casi todas las mujeres, le empezaron a prestar atención al Corto Villegas, tocaba el saxo con tanta polenta que hacía levitar.
   Fueron las que se decían Amigas y después trataban de avanzarlo, con un descaro perverso. Begonia me decía que lo que hacían las minas, era una putada.
   —Vas a ver mi venganza, para estas miserables.
   Estábamos en un rincón, chusmeando, se acercó la más arpía y le dijo a Begonia: —Cómo toca el saxo, el Corto Villegas.
   Puso tono desafiante y Begonia, con dignidad, como era ella, le contestó: —¿Viste que el saxo no tiene estuche? No lo necesita, duerme adentro de mi sexo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario