miércoles, 29 de julio de 2020

OBSESIÓN


   Mientras me vestía, no sabía que lo vería por última vez. Parecía decir: “Cuántas celulitis, mirá cómo se te mueve”, pero no lo dijo. Se puso a reír, la despedida era tácita, sentí todo su desprecio y me fui.
   Tenía una depresión llorada, no me convencía y lo llamaba a su celular apagado. No podía dormir. Porque me dejó así, si yo lo quería, hasta el día de hoy lo sigo queriendo.
   Él me hacía el amor una vez por mes, lo hacía todo tan bien, no importaban las distancias. Hasta que alguien perverso, me dijo: —Va diariamente a la casa de una mujer, que tiene un hijo de catorce años.
   La depresión aumentó su volumen, no quise vivir en la misma Ciudad que él. Me mudé a Buenos Aires.
   Lo crucé en el Jardín Botánico, iba con esa mujer, ése era mi amante, no el de ella. Eso lo imaginaba. Sí, me dio gajos nuevos desconocidos. Después se metió en un invernadero, de vidrios rotos, donde encontró claveles del aire, un manojo importante. Tiró los gajos, los claveles y arreglate para llevarlos. Desde que lo conocí su ropa era la misma, jogging gris y zapatillas de correr. Un hombre pequeño, vulgar, cursi, e ignorante. Para mí era lo de menos, extrañaba su cuerpo, su manera de acariciar.
   Regresé a mi Psicólogo, Salvador. Hice un breve relato.
   —Estás anémica, puro hueso, tenés que comer y tratar de olvidar. Por lo que me contás, el chico es psicópata.
   Casi no le digo nada. —¿Sabés que lo que más le complacía, era atarme a la cama?
   —Sos una buena chica, generosa y sensible. No lo llores más, vos lo perdiste a él, pero él te perdió a vos.
   —Salvador, en mi caso dio positivo, gracias igual.

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