miércoles, 8 de julio de 2020

OÍDOS SORDOS


    Le hicieron dos que Jorge Rizzo nunca olvidó. Cuando lo nombraron Juez en Olavarría, tenía un auto largo y fantochero, con mucha capacidad de asientos. J.R. pensó que fue bullying, pero tenía colegas en Tribunales, que le pidieron volver con él a La Plata. No se podía negar.
   Fueron cinco los que viajaron con él y le decían: —Acelerá, porque a tu ritmo llegaríamos más rápido a pie.
   J.R. dijo: —Me muero de ganas de hacer pis y también de lo otro, paro acá, si abren la puerta trasera y la delantera, me cubrirán mientras hago y evitarán que las luces me iluminen.
   Los colegas arrancaron y lo dejaron al borde de la ruta, con los calzoncillos por las rodillas, cada auto que pasaba le iluminaba el culo. Se detuvo un auto policial. No tuvo otra, que tarjetear que era Juez en Olavarría. Lo llevaron hasta su casa y cuando se retiraba, uno asomó la cabeza y le preguntó: —¿Es cierto lo que dicen: “hacete amigo del Juez y no le des de qué quejarse”? Buenas noches, Doctor.
   Al día siguiente, el Juez J.R., convocó a sus colegas a una reunión.
   —No les voy a permitir que se burlen de mí y me usen como chivo expiatorio.
   —A pesar del mal momento, le pido, en nombre de todos, que acepte nuestras disculpas y si es así, ¿podrá usted llevarnos a La Plata como siempre?
   J.R. les contestó: —No tengo por qué. Prefiero viajar solo.
   Llovía a cántaros y J.R. pinchó una goma. Se dispuso a cambiarla, mientras la lluvia seguía lloviendo. Puso la cabeza de costado, por la pérdida de los tornillos. Los encontró en medio del barro y concluyó su trabajo. Subió al auto con los oídos llenos de agua. Volteó la cabeza de un lado al otro, para que se destaparan.
   Viajó sordo hasta su casa y pidió turno urgente, con su Otorrinolaringólogo. El Médico le informó que el agua le había perforado los tímpanos.
   J.R. siguió viajando a Olavarría y continuó su tarea de Juez, sordo, como la mayoría de los Jueces. Sus colegas lo saludaban y él nunca les respondió. Renunció a su trabajo y vendió el auto con veinticinco abolladuras.  
    Contrató un Acompañante Terapéutico, para que viviera con él. Le enseñó a leer los labios y se encargó de la instalación de luces rojas en la puerta y en el teléfono.
   Cada vez que miraba las gomas de los autos, se llenaba de odio. Tenía lástima de sí mismo, por no saber perdonar.

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