sábado, 25 de julio de 2020

MAZORCA


   Me perseguían, no tenía más lugares donde esconderme. Había una casa con galería, la Mujer me llamaba: —Acá tengo un refugio donde no lo podrán encontrar.
   Me hizo pasar a un comedor ni chico ni grande, después no miré más. La Mujer puso sobre mi cuerpo, una enorme pollera larga, con miriñaque.
   Era el tiempo de Rosas.
   Escuchaba los cascos de la mazorca, dos de ellos golpearon las puertas de Doña Encarnación, le preguntaron si había visto al reo. Ella se mantuvo inamovible: —A esta casa no es costumbre que entre nadie y mucho menos un reo.
   Había uno con cara desagradable, pidió revisar la casa. Entró e inspeccionó todos los aposentos, no encontró nada.
   —Estimada y siempre bien ponderada, gracias por permitirnos realizar nuestra tarea. Fueron órdenes de su hijo, el General.
   Se retiraron como llegaron, galopando como bastardos, acostumbrados a matar.
   Doña Encarnación escuchó una voz bajo sus polleras: —Señora déjeme salir, el olor de este encierro, es ofensivo.
   —Es de mi agrado tenerlo entre mis piernas. Tuve un Marido, que deseo que arda en el Infierno. Él nunca se tomó este trabajo, ni frente a mi desnudez. Si usted fuera tan amable, de pasar su lengua, hasta suprimir este olor, le prometo la compensación, de entregarle mis dotes de amante.
   El reo aceptó y comenzó de inmediato. Ella se sintió tan complacida, que mugió como una vaca. El reo le tomó el gustito a la ceremonia. Doña Encarnación, era una reina en las lides del amor.

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