Un Señor de
aspecto distinguido, fue a sacar plata de un cajero, entró una niña que le
ofreció:
—¿Me permite que le sostenga los fajos del dinero de sus múltiples
extracciones?, porque entre la tarjetita, sacarse y ponerse los anteojos, va a
traer alguna complicación.
—Bueno, gracias.
Cuando
terminaron sus extracciones, la niña había escapado en una bici oxidada. El
Señor olvidó uno en la ventanilla. Subió a un auto aerodinámico. Llegó justo
con ella. El Padre salió a recibirlo.
—No quisiera
darle esta mala nueva, su hija me ha robado todo el dinero que pudo.
—Yo la felicito,
hizo justicia por mano propia. Usted, señor Venturado, contrató a mi hija, que
parece de trece, pero tiene diecisiete, limpiaba toda su casota. Pero nunca le
pagaba a fin de mes. Entre los dos contamos lo debido y resultó la misma plata
que usted le debía. Así que no le robó nada, le devolvió, que es diferente.
El Señor Venturado
quiso pagar sus estudios.
—Para reparar,
es tarde, acabo de recibirme de Contadora.
Venturado la
invitó a cenar esa noche, entre brindis y brindis, a él le pareció una mujer
ideal. Hasta le propuso matrimonio. Ella aceptó de inmediato. Como para no,
Venturado era un empresario rico y operado. Eso disimulaba la diferencia de
edad.
El Padre no tuvo
que entregarla, se entregó ella solita, no quiso intermediarios.

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