domingo, 12 de julio de 2020

TABLEROS



   Decían que la Facultad de Bellas Artes, era la prima pobre de otras Facultades de La Plata. Había una sola Mujer que posaba desnuda, en las Clases de Dibujo. Le compraron tres estufas, para aminorar el frío, de estar una hora quieta, sin siquiera pestañear.
  Una noche de milonga, el Profe de Dibujo Goijman, descubrió una Mujer con volúmenes interesantes. Trabajaba de Prostituta, su nombre era Blanca. Goijman se trabó en una charla con ella y le propuso cambiar de rubro. Debía posar desnuda de lunes a viernes, en las Clases de Dibujo. El primer día apareció con un batón de tres botones, donde le asomaban los rollos.
   Los Alumnos hicieron silencio mientras Blanca, se quitó la ropa, con gestos acostumbrados, no usaba bombacha ni corpiño. Se subió a un practicable. Los Profesores le decían qué posturas debía tomar y cada cuarenta minutos, la dejaban descansar. Andaba por los tableros y los miraba con detención: —Esta no soy yo, no es mi cara ni mi cuerpo.
   Mientras recorría los dibujos: —Esta sí soy yo, la verdad, que me hiciste hermosa, te felicito, no me digas tu nombre porque seguro me lo olvido.
   Le cebamos mate, mientras ella contaba su vida. Con un pucho prendía el otro. —Trabajé de Prostituta desde que era chica. Al principio me daba impresión, pero después me acostumbré. La propuesta de Goijman me encantó. Prefiero andar en bolas frente a ustedes, que frente a aquellos hombres grises.
   Los Profesores la invitaban a tomar café, en el Barcito de la Facu. Blanca aceptaba la invitación y salía desnuda, del salón al Bar, caminado. Cuando los Profes se daban cuenta, alguno corría a buscarle el batón.
   Tienen prejuicios los Señores, me tapaban con sus sacos, porque no sabía dónde dejé mi batón. A mí me da lo mismo, si me dibujan en bolas. Después se avergüenzan en mi nombre, por ir hasta el Café. Ellos también quieren escuchar mi vida.
   —Mis viejos vivían de mi trabajo y el de mis hermanas, el lugar se llamaba: “Dulces Sirenas acarician tus sueños”. Nos quedaban los riñones destruidos. Si algún cliente nos castigaba, pedíamos: “Socorro, Policía” y el tipo golpeador, que resultó ser Policía, sonreía de coté. Mi Viejo golpeaba la puerta, después hablaba con el yuta: “Esta hija que tengo, ¿le dio problemas?” y el tipo contestaba que sí, pero si le devolvía la guita, estaría todo bien. Mi Vieja se retobaba y nos pegaba con un cinturón: “Ustedes son unas hijas de puta.” Y era cierto nomás, ella también era puta, igual que mi Abuela.
   Detenía su relato, cuando aparecía algún alumno sin estrenar.
   A los cuatro años de laburar en la Facu, se casó con Goijman, posaba para él, que sólo la tocaba para cambiar la postura.
   —Con todo lo que he vivido, que no me toque mi Marido, es una liberación. Y si me pongo cachonda, siempre encuentro algún pendejo, que me hace el favor, con fervor.

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