Uno vive rodeado
de prohibiciones, así que estamos en casa. Desde la mañana hasta la noche.
Él quiere que
haga cosas para criticarme: —¿Por qué no arreglás las canillas que pierden, vos
que sabés?
Yo sentí una
sombra, no era una sombra, era él: —No sabés cómo se hace, dejá que sigan
perdiendo.
Mientras tendía
la cama: —Estás tendiendo mal. Poné la sábana de abajo, que quede lisa, sin
arrugas. Te equivocaste, la sábana de arriba quedó abajo. Si no estoy yo,
tenderías la cama con las sábanas en diagonal.
Me seguía a la
cocina: —Puedo ver desde aquí, que las copas, apenas se vislumbra que son de
cristal, ponelas en agua y lavandina.
Él, mientras
acechaba mis equivocaciones, tenía las manos cruzadas, atrás de su culaso.
Cuando fui al baño, él estaba adentro escondido, mientras me duchaba: —Lavate
sobre todo en tus partes íntimas, incluye el cogote, las téticas, fregate los
pies con el cepillo de acero y péinate los pelos que tenés ahí. No sabés
bañarte, te pasás la esponja así nomás y te salteas zonas. Mirá lo que sos, te
estás secando con la misma tohalla de ayer. Las tohallas las tenés que cambiar
todos los días. No te me vayas, secá el baño que mojaste hasta el techo.
Un rato de
muerte vendría muy bien, para descansar un poco de este criticante infernal. Él
hace cien días que no duerme, hoy cayó sobre la mesa del comedor, me dio un
poco de pena, un poco. Lo tapé con una manta y le llevé una almohada. Él roncaba
y babeaba, le tapé la cara con la almohada y no podía dejar de apretar, y
apretar, y volver a apretar, es el día de hoy que sigo apretando. Él no se
mueve, es tan inactivo!

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