Le llamaban calles a cielo abierto, daba
risa, dos cuadritas para caminar por el medio de la calle y de vereda a vereda,
sólo los domingos. El resto de la semana circulaban autos, estaba prohibido el
uso de caminar por el medio, era sólo para el tránsito vehicular, con sus
escapes equivalentes a fumar dos atados de puchos. A mí me gusta tomar café en
una especie de tablado que forma parte del bar y ahí sí se podía fumar y leer
Clarín, evitando su compra. Los parroquianos se mataban por ese diario en
particular. Había sólo tres o cuatro, que siempre estaban ocupados. Un señor
gentil y solitario cuando notaba mi desesperación por encontrar un ejemplar,
dejaba su lectura y me lo ofrecía. Todo un gesto para estos tiempos de cagarse
en el prójimo. A su mesa se acercaban un señor de flequillo canoso y un
empleado de banco, vestido de guerrillero, éste último era un loco mezcla de
tributo a elementos de mandato que se contradecía con un humor entre cínico y
cómico.
El señor gentil faltó unos días y el de
flequillito me anotició que el señor había chocado y sus piernas quedaron
destrozadas, llegó el miliciano cínico y aseveró la noticia.
Ninguno de ambos sabía dónde estaba
internado ni el estado de gravedad del señor gentil. Me quitó el sueño, en ese
tablado nos conocíamos y había días prósperos en que se hacían coros de
puteadas a este gobierno ladrón compulsivo. En general sucedía con poca
frecuencia, los bípedos preferían el tema “la pelotita”, ardían de entusiasmo
por cualquier cosa redonda, fútbol, tenis, rugby, pelota paleta, bolita.
Transcurrieron tres días y regresando de
bancos y escritorios, venía el cafecito. Encontré al Sr. gentil sentado sólo y
enterito. Llenó de alegría el día gris, le di un beso de bienvenida y
desconcierto. El Sr. No había sufrido ninguno de los dichos de sus compañeros
de mesa. Me salí del cuadro tandilino de vaca en manga y le dije que tenía dos
amigos de mesa que eran dos hijos de puta. El Sr, gentil se reía y me daba la
razón, mientras me entregaba “Clarín”. Cuando los vi llegar, tomar asiento, me
dieron la imagen exacta de las épocas decadentes, sacar afuera lo peor del ser
humano. Me incluyo, las mesas son tan contiguas que cualquiera puede tropezar y
vaciar la taza del milico luser sobre su camisa, sus manos y su cigarro
castrista y porqué no el agregado de mis borcegos pateando la silla del
flequillito, cayendo de espaldas sobre un ñoqui del Ansés. Por un momento pensé
en mi dios personal y me recé silbando hasta el auto, tenía una multa que tiré
a la mierda. Sentí que era alta, soberbia, divina, como una platense cojonuda
militante de los 70.

No hay comentarios:
Publicar un comentario