jueves, 8 de octubre de 2015

TANDIL POZO DE PIEDRA


      Le llamaban calles a cielo abierto, daba risa, dos cuadritas para caminar por el medio de la calle y de vereda a vereda, sólo los domingos. El resto de la semana circulaban autos, estaba prohibido el uso de caminar por el medio, era sólo para el tránsito vehicular, con sus escapes equivalentes a fumar dos atados de puchos. A mí me gusta tomar café en una especie de tablado que forma parte del bar y ahí sí se podía fumar y leer Clarín, evitando su compra. Los parroquianos se mataban por ese diario en particular. Había sólo tres o cuatro, que siempre estaban ocupados. Un señor gentil y solitario cuando notaba mi desesperación por encontrar un ejemplar, dejaba su lectura y me lo ofrecía. Todo un gesto para estos tiempos de cagarse en el prójimo. A su mesa se acercaban un señor de flequillo canoso y un empleado de banco, vestido de guerrillero, éste último era un loco mezcla de tributo a elementos de mandato que se contradecía con un humor entre cínico y cómico.
      El señor gentil faltó unos días y el de flequillito me anotició que el señor había chocado y sus piernas quedaron destrozadas, llegó el miliciano cínico y aseveró la noticia.
      Ninguno de ambos sabía dónde estaba internado ni el estado de gravedad del señor gentil. Me quitó el sueño, en ese tablado nos conocíamos y había días prósperos en que se hacían coros de puteadas a este gobierno ladrón compulsivo. En general sucedía con poca frecuencia, los bípedos preferían el tema “la pelotita”, ardían de entusiasmo por cualquier cosa redonda, fútbol, tenis, rugby, pelota paleta, bolita.

      Transcurrieron tres días y regresando de bancos y escritorios, venía el cafecito. Encontré al Sr. gentil sentado sólo y enterito. Llenó de alegría el día gris, le di un beso de bienvenida y desconcierto. El Sr. No había sufrido ninguno de los dichos de sus compañeros de mesa. Me salí del cuadro tandilino de vaca en manga y le dije que tenía dos amigos de mesa que eran dos hijos de puta. El Sr, gentil se reía y me daba la razón, mientras me entregaba “Clarín”. Cuando los vi llegar, tomar asiento, me dieron la imagen exacta de las épocas decadentes, sacar afuera lo peor del ser humano. Me incluyo, las mesas son tan contiguas que cualquiera puede tropezar y vaciar la taza del milico luser sobre su camisa, sus manos y su cigarro castrista y porqué no el agregado de mis borcegos pateando la silla del flequillito, cayendo de espaldas sobre un ñoqui del Ansés. Por un momento pensé en mi dios personal y me recé silbando hasta el auto, tenía una multa que tiré a la mierda. Sentí que era alta, soberbia, divina, como una platense cojonuda militante de los 70.

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