lunes, 5 de octubre de 2015

CANDELAS

No la conocí cuando escuché su voz ronca, que me nombró con un -¿Cómo estás negra? ¿Sabés quien soy?-. Miré sus ojos, las pecas y esa sonrisa todo el tiempo, nunca entendí cómo no le dolían las comisuras. La construyeron así, con una sonrisa, nunca estaba seria, ni hablando lo más terrible ocultaba la amabilidad de sus dientes. Había algo diferente en su cara, le faltaba la fuerza de su nariz judía. Se la hizo cortar y quedó como Aquiles sin talón. -¿Porqué hiciste eso, Fermina? ¿Quisiste anular tu identidad?-. Recordé que era bajita, pero sus plataformas modificaron su postura. Se casó con un goy, por eso la familia la discriminó, él no la defendió, se divorció. Su capacidad e inteligencia hizo que se recibiera en tiempo record de médica, su compañero actual vivía en Jerusalén. Los dos pertenecían a Médicos Sin Fronteras, ella era especialista en reconstrucción de tejidos y el compañero cirujano de lo que fuese. Trabajaban haciendo lo que los hombres deshacían. –Vivimos muy cerca de Palestina. No se puede tener descanso. Adoptamos tres críos con dificultades motrices, es obvio que viven en un kibutz. Tiempo, nos falta tiempo. Pero los vemos y a veces dormimos dos o tres días con ellos, son tan buenos, comprenden todo. Si los vieras, no tengo fotos, por precaución, creo que sos la primer persona que conoce la historia de estos años-. Habla Fermina, la dejo, se lo merece y más y todo. – Tenía un poco arruinado el mate, mi compañero sugirió que viniera un mes a mi tierra, ver mi familia, la única amiga, que sos vos y hace dos horas que estamos juntas. 
– Estoy en una ONG de Formosa, pero no tengo tu capacidad laboral, además acá viste cómo es, en vez de abrir puertas, cierran, tapan y ningún puto gobernante ayuda-. 
Se quedó a dormir Fermina, al tercer día empezaron mensajes extraños al teléfono, a los celulares, la maldita compu hackeada, la pura amenaza en argentino, idish, alemán y yanquis (los que más jodían).
      Cuando paseábamos por lugares diferentes notamos que nos seguían, algún auto, algún tipo disfrazado de deportista.

      Nos despedimos, las dos sabíamos que el triunfo de la identidad sobre la fuerza, produciría otro encuentro en un año o en cinco.

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