viernes, 16 de octubre de 2015

CADA UNO CON SU CARAMELO


      De espaldas en la barra, tomando una ginebra, tenía un codo apoyado y otro levantado, la espalda formaba una diagonal entre los hombros. Zapatillas gastadas, una enganchada en el soporte del banco y la otra desmayada en el piso. Uno sentado bocetaba al hombre de espaldas.
      Es costumbre de la terminal, el micro esperado a las 20 horas, llega 21 o 21.30, según si pinchó goma, pisó la banquina o el conductor casi se queda dormido y el que lo reemplaza lo advierte y cambia de volante, más lento, seguro que más viejo. Sin apuro, le quedan doce horas más de trabajo en otras rutas que conoce de memoria. Los viajeros duermen, algunos con los cables en las orejas olvidan el mundo. Otros no pueden dormir porque un niño llora sin consuelo y pasan las horas, envidian a los de cables orejeros y les gustaría encontrar cinta de embalar para tapar la boca del niño chillonero.
      Llega a horario el micro del sentado que boceta, le falta un montón al dibujo, deja que el micro se vaya, por nada del mundo perdería ese modelo perfecto del hombre de la barra que pide –Pibe, servime otra-. Y el pibe, con ojeras negras, hace once horas que llena copas, copitas y agua mineral. El pibe piensa que no hay un mango y no se equivoca. Le sirve otra y le dice con voz neutra –Señor mire que no terminó la otra-. El hombre de espaldas contesta filoso –Hacé la tuya  pibe, de mí me ocupo yo-. Toma las dos ginebras hasta el fondo, se le desliza el codo en la barra y sueña. La boina azul con mareo le cubre el cuello.

      El dibujante se entusiasma y anima su trabajo con el hombre dormido. El pibe de ojeras se acerca al sentado y le dice –Está buenísimo, la verdá, lo felicito-.

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