Mi tía abuela Ema jamás pudo olvidar que
pisé con bosta el extremo volante de su sayo verde malva. Cada visita que
hacíamos miraba en el espejo de sus ojos aquella mancha imperdonable.
Adoraba los caballos, montaba con su sayo
verde al viento, se pensaba los cuatro jinetes del Apocalipsis en una sola
persona, ella misma.
Le gustaba la longevidad de toda su
familia y sentía orgullo de la suya. Siempre estaba a punto de morir, pero no
sucedía. Sus seres queridos lloraron tantas veces sus falsas agonías que cuando
dios por fin se acordó de llevarla, a nadie le cayó una gota de los ojos. Sólo
uno de sus sobrinos preferidos rompió todos los muebles de la cocina, cuidando
que fueran los de fórmica. Raro su dolor y extraño el testamento.
El piso de Buenos Aires, Chacabuco 584
quedó para mi tío, la casa de Chascomús, Quintana 78 también fue heredada por mi tío. Las seis mil hectáreas
del campo se dividieron entre papá y mi tío.
Yo amaba sus piedras color cielo y mar,
esas quedaron en los bolsillos de vaya a saber quién, el día del velatorio.
A
mí me dejó su sayo verde malva con la mancha color verde bosta en el extremo.
Quedó la casa de Montevideo, que donó a
la iglesia para ganarse el cielo. Durante unas vacaciones acompañé a mi abuela
a ver la casa de las siete torrecitas.
Ella era una santa que acompañó a su
hermana vanidosa hasta su muerte. Tembló de espanto al ver transformada la casa
de su infancia en un prostíbulo VIP que los curas vendieron a un empresario
ignoto.
Mi abuela no tenía consuelo, la abracé
fuerte.
Advertí que aquella mujer permanecía en
mi memoria, como la más alta de la familia. En mis brazos era bajita como una
niña con frío. La invité a comer el típico chivito uruguayo. Estaba tan
contenta que luego del vino confesó que su hermana Ema tenía maldad pos mortem,
confundir un cura con una puta, era un colmo y le pareció perfecto que yo
pisara su sayo verde malva con bosta de su propio caballo. Fuimos caminando de
la mano hasta llegar al río.
Nos metimos vestidas para que se nos fuera el jet-wine que tuvimos ambas.
Nos metimos vestidas para que se nos fuera el jet-wine que tuvimos ambas.

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