—Vos viste cómo
está la pobre Inés?
—Si el tipo la
humilló frente a todos, tomó demás y contó que Inés era una atorranta, él la
sacó del barro, historias mendaces, más putadas no le salieron porque antes
cayó al piso y la enfermera se comidió a echarle una copa de agua en la cara,
con eso lo despertó y le ayudó a retirarse a sus aposentos.
No le digo más
nada porque ésta es rechusma, ahora me va a preguntar por la Enfermera.
—Decime vos que
la conocés bien. ¿Cuál es el roll de la Enfermera?
—Qué pesada,
mujer, tiene un contrato para cuidar a Inés de los desenfrenos del tipo.
—Desenfrenos
sexuales?
—Pugilísticos,
le pega mal.
—Y la Enfermera?
—A él le hace la
paralítica, lo deja nock out y a ella la contiene. Es Profesora en Artes
Marciales y Enfermera Diplomada. No habla, no le gusta que le pregunten, igual
no contesta, hace su trabajo y punto.
Inés era una
mezcla extraña de melancolía risueña y secretos con llave. Considerada con el
personal de la casa, cuando no estaba el marido, comía con ellos y aprendía ese
lenguaje franco y directo que tienen los humildes trabajadores de toda la vida.
Hablaba con ellos y narraba alguna desgracia de su pasado, remontaba algún
chiste para no abrumarlos. Ellos querían y respetaban su ser generoso.
Le impusieron
ese marido desagradable, de muy joven, por sus riquezas. El Padre perdió su
fortuna siendo jugador e Inés aceptó la imposición para no hundir las naves
familiares. El marido era estéril, ella no pudo tener hijos, que los pensó como
objetos amorosos, para cubrir el desamparo afectivo de su cónyugue. Cuando
comenzó a descargar el odio con ella, Inés enfermó, no imaginó ser golpeada y
trató de ocultarlo. Cuando pidió ayuda fue tarde, lo suyo no tenía cura. La
llegada de la Enfermera echó paños fríos e Inés disculpaba el silencio de la
mujer. Una noche de gritos agónicos, el personal recurrió a la policía. Inés
yacía sin vida en la cama, la puerta tenía la llave cerrada por dentro. Abrió
la Enfermera.
—Para el que quiera oír.-Dijo la Enfermera-. La Sra
Inesita dormía como un ángel gracias a la panacea de morfina. Apareció el
marido como una cuba, robó la morfina restante, tomó a la Señorita Inés como un
muñeco de trapo, la arrojó al espejo. Nunca me sucedió, me paralicé y vi cómo
la bestia respondía al llamado de unos truhanes que lo convocaban a seguir
bebiendo en el bistró de la plaza. Los acompañé. Él fue el que me contrató como
Enfermera, en ese lugar.

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