jueves, 2 de noviembre de 2017

LA VOZ DEL OTRO


   —Vos viste cómo está la pobre Inés?
   —Si el tipo la humilló frente a todos, tomó demás y contó que Inés era una atorranta, él la sacó del barro, historias mendaces, más putadas no le salieron porque antes cayó al piso y la enfermera se comidió a echarle una copa de agua en la cara, con eso lo despertó y le ayudó a retirarse a sus aposentos.
   No le digo más nada porque ésta es rechusma, ahora me va a preguntar por la Enfermera.
   —Decime vos que la conocés bien. ¿Cuál es el roll de la Enfermera?
   —Qué pesada, mujer, tiene un contrato para cuidar a Inés de los desenfrenos del tipo.
   —Desenfrenos sexuales?
   —Pugilísticos, le pega mal.
   —Y la Enfermera?
   —A él le hace la paralítica, lo deja nock out y a ella la contiene. Es Profesora en Artes Marciales y Enfermera Diplomada. No habla, no le gusta que le pregunten, igual no contesta, hace su trabajo y punto.
   Inés era una mezcla extraña de melancolía risueña y secretos con llave. Considerada con el personal de la casa, cuando no estaba el marido, comía con ellos y aprendía ese lenguaje franco y directo que tienen los humildes trabajadores de toda la vida. Hablaba con ellos y narraba alguna desgracia de su pasado, remontaba algún chiste para no abrumarlos. Ellos querían y respetaban su ser generoso.
   Le impusieron ese marido desagradable, de muy joven, por sus riquezas. El Padre perdió su fortuna siendo jugador e Inés aceptó la imposición para no hundir las naves familiares. El marido era estéril, ella no pudo tener hijos, que los pensó como objetos amorosos, para cubrir el desamparo afectivo de su cónyugue. Cuando comenzó a descargar el odio con ella, Inés enfermó, no imaginó ser golpeada y trató de ocultarlo. Cuando pidió ayuda fue tarde, lo suyo no tenía cura. La llegada de la Enfermera echó paños fríos e Inés disculpaba el silencio de la mujer. Una noche de gritos agónicos, el personal recurrió a la policía. Inés yacía sin vida en la cama, la puerta tenía la llave cerrada por dentro. Abrió la Enfermera.

—Para el que quiera oír.-Dijo la Enfermera-. La Sra Inesita dormía como un ángel gracias a la panacea de morfina. Apareció el marido como una cuba, robó la morfina restante, tomó a la Señorita Inés como un muñeco de trapo, la arrojó al espejo. Nunca me sucedió, me paralicé y vi cómo la bestia respondía al llamado de unos truhanes que lo convocaban a seguir bebiendo en el bistró de la plaza. Los acompañé. Él fue el que me contrató como Enfermera, en ese lugar.
                                                                  

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