lunes, 6 de noviembre de 2017

YO QUISE DECIRLE


   En una mesa redonda con sombrilla un señor, camisa blanca, moña azul con lunaritos blancos y un jacket fetén. Sentado, frente a una silla donde descansaban su sombrero y un bastón.
   Pasó un obrero vestido con ropa de trabajo naranja y un casco partido, descascarado, una herramienta y la frente sudada. El Señor de la sombrilla mostró asombro: —¿Valentín?
   —El mismo que tiene enfrente ¿Cómo sabe mi nombre?
   —Soy Rufino, dame un abra…dame la man…, 
no me des nada y sentate, te invito un café.
   Valentín, sin querer tomó asiento en la silla del sombrero. El amigo dijo. —No importa, vos sabés que recién me lo plancharon y en un lugar especial que se ocupa de estas cosas.
   Valentín dobló el sombrero al medio y lo enganchó en su cinturón, apoyó su casco en la silla del sombrero y cambió a otra.
   —Rufino, hacemo el cambiazo, me llevo tu sombrero fenómeno, livianito y a vos te regalo mi casco ¿Lo aceptás?
   —Desde luego, veo con alegría que seguís siendo generoso.
   Tomaron el café. Rufino levantaba el dedo meñique para el brebaje, Valentín revolvió tanto el azúcar, que la taza tomó velocidad y aterrizó en el jacket de Rufino. Éste se puso de pie, se dirigió a su amigo y con toda parsimonia se quitó el saco. 
—Valentín, este jacket es tuyo, acéptalo tranquilo porque yo, no volveré a usarlo.
   Valentín miraba el saco, no entendía pero no quiso despreciar. No le iba a preguntar por dónde se ponía, se lo colgó del cinturón, a caballo regalado no se le mira el tajo. Rufino se levantó, palmeó la espalda de su amigo, que lo llenó de cal. —Amigo, llevo apuro, un gusto haberte encontrado.
   Valentín lo vio partir y lo corrió: —Te dejabas el casco, ponételo que hay un solazo.
   Él mismo se lo enjaretó. Volvió a la mesa y el mozo, presto, le trajo la cuenta en bandejita de latón.
   Valentín tomó la cuenta, se la metió en el bolsillo. —Gracias, mozo, muy amable.
   El mozo, con ojos desviados, dijo: —Señor, me lo tiene que pagar.
   Él no tenía un centavo, pero se le ocurrió mirar los bolsillos ocultos del jacket, le pagó cien dólares y le dijo que se quedara con el vuelto. El mozo quedó tan paralizado, que hubo quien le tiró algún mango, pensando que era una estatua viviente.
   Valentín tanteó otros mágicos bolsillos y había dólares para vivir un año sin trabajar. —Este Rufino, siempre igual, me acuerdo en la Escuela cuando me regalaba el sánguche de la Cooperadora, porque decía que era inmundo. 
                                                  

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