martes, 14 de noviembre de 2017

ÉCOLE PRIVÉE


   Estaban en la salita amarilla, la de los cuatro años, sabían jugar y se respetaban, el que perdía aceptaba. La Señorita los quería, aunque gritaban como cerdos, y la saludaran con un beso pringoso de mermelada. La Maestra pensaba: —Cómo odio a estos bastardos, no me da culpa, los padres sienten igual. Cuando los traen, la pura sonrisa, cuando los retiran las bocas se fruncen.
   Los cuatro respetuosos formaron una pelota de cuatro, el estado nervioso de su primer pelea seria, produjo un entrevero de cuatro piernitas enroscadas, formando ochos trabados, con bracitos imposibles de desanudar. Había dos cabezas al medio y una que circulaba desde el cuello, con el balanceo de nueve uñitas mugrientas, que clavadas la trasladaban en círculos.
   La existencia de una cabeza ya no estaba. La Directora rompió sus tacos, buscando con responsabilidad bien puteada. Faltaba media hora para la salida de los niños. El marido de la Psicopedagoga, era Médico Quiropráctico, lo convocaron de urgencia. Las Maestras untaban los cuerpitos con gel y la Portera echaba tazas de agua tibia con detergente. El Médico trabajó y logró desanudar las piernitas, no fue lo esperado porque quedaron con marcas de anillado, tres quebraduras de tobillo, dos desplazamientos de caderas y cuatro manos con muñecas y sus respectivos dedos, fisurados. Había tres cabezas impecables, la Secretaria encontró la cuarta bajo su escritorio, unida al cuello que había logrado extenderse medio metro del cuerpo.
   Debieron llamar a la ambulancia e internarlos en el Hospital de Niños. Por distintos medios se hacían pedidos de Médicos Traumatólogos y Cirujanos, para recomponer aquel rompecabezas.
   Cuando los Padres llegaron a retirarlos, mudos de espanto vieron la ambulancia, escucharon las sirenas y los pinos taparon las luces rojas.
                                    

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