El único lugar
para soportar tanto calor era los Bancos con aire acondicionado. Paraba en lo
de una Tía, que debía acompañar al Centro Comercial y a diferentes Bancos.
Sentada adentro de uno, miraba con piedad cómo se derretía la gente en la calle
y seguían con sus tareas. Una mujer joven me pidió si podía sostener su bebé,
mientras ella realizaba un trámite complejo. Nunca tuve un bebé en mis brazos,
era de ojos negros intensos, su piel también negra, lo único blanco vivía
rodeando pupilas, que no dejaban nada sin observar. Mi tía, con premura, pidió:
—Vamos, que tus primos llegan de la Escuela. ¿Qué hacés con esa criatura?
Le expliqué la
situación.
—Mirá qué ángel! Tenelo hasta que venga su
Mami, luego te vas a casa.
La madre tardó hasta
que el Banco cerró y pidieron que me retirara, estuve a punto de entregarlo a
los custodios, pero el niño dormía y se me ocurrió algo. Su madre, cuando lo
dejó tenía la actitud de adiós para siempre. Ambos vestían harapos.
Mi mochila, con
mudas y una Tía que me esperaba como visita molesta, sabía que en el Aeropuerto
exigirían todo tipo de documentación del niño. Gasté la plata de mi pasaje en
Farmacia para insumos del bebé, y en una veterinaria una valija mullida y
fresca para el niño, que por vez primera me hacía latir el corazón desde algún
lugar diferente. Soy, o era, una persona nómade, recorrí el “país del calor” en
micros y camioneros gentiles. Todos admiraban a Pío, así lo bauticé y les
resultaba extraño que yo, la madre, fuera de piel blanca, pelo rubio y ojos
claros. En una frontera, que resultó la más caliente de todas, me detuvieron,
dije que el Padre era un borracho sinvergüenza y negro, había abusado de mí a
los dieciséis años y por vergüenza huí de mi Pueblo, para poder seguir con el
embarazo de Pío.
—Hubo toda una
Aldea, con diez hombres armados, que buscaron al violador, pero no lo encontraron.
Me mandé unas
historias que ni yo las creía, pero ellos abandonaron, todos, sus escritorios y
se sentaron a escuchar el relato. El Suboficial Mayor, me truchó unos
documentos para Pío, juntaron unos dineros para el bebé y me llevaron hasta la
siguiente frontera en vehículo policial. Se pasaban a Pío de brazo en brazo,
que les sonreía con cacheticos para morder. Llegué a un lugar marino, de brisas
suaves.
Había una sola
cabaña, con un morochazo muy amable, que nos invitó a pasar la noche, comimos
pescado.
Marco era
pescador y fue esa la primer comida de Pío. Nos quedamos a vivir ahí, fuimos
amigos, hasta que el niño cuando Marcos llegaba, le decía: —¡Hola Pa!
Y Pa de aquí y
Pa de allá. Él armó un altillo para que otro amor latiera allí arriba.
Y latimos todos,
se sumaron dos latiditos, mellizos a cuadritos.

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