martes, 7 de noviembre de 2017

PABLOS


   —No sé si se cayó de la terraza, la pisó un tren, se clavó un cuchillo o se pegó un tiro. Es un fracaso en mi carrera de peritaje sin testigos.
   No tenía gesto de mentiroso, pero había cosas que no cerraban. La mujer perdió dos hijos que no eran de él, la depresión le comió el hambre. Tomaba pastillas y dormía apenas dos horas. Cuando le advirtieron que si seguía así moriría, empezó a trabajar. —No sé por qué tengo que volver al lugar donde pasé veinte años laburando y el único que me premiaba era el ordenanza para Fin de Año. —Feliz Año Nuevo.-Me decía sin ganas, yo no le contestaba porque no me gusta mentir-.
   Pablo disimulaba el placer que le daba que yo laburara diez horas. No me importaba, no sé por qué seguíamos juntos, a él tampoco le interesaba, juraría que me percibía como a una sombra molesta.
   —Pablo ¿te parece mal que vaya así, crota?
   Y él, sin quitar los ojos del libro, contestaba:
 —Estás bárbara, no sé por qué me preguntás siempre lo mismo, me hacés perder por dónde iba.
   Ese día llegué tarde a la reunión, los miré y me parecieron diez Pablos juntos, sentí un cortocircuito. Con el brazo lustrando la mesa, junté sus diez celulares y los arrojé por la ventana.
   —Esta mina está loca, me rompió la vida.
   Lo escuché, comparé sus celulares con la muerte de mis hijos. —Fui a visitarlos y me quedé a morir con ellos.
   Pablo, era el perito de su propia mujer, es ilegal, pero no había otro. Le dije en el oído: —No me busques más, me tiré al mar y un círculo de tiburones cerró filas.
   No me escucha. Para él soy una sombra, un fracaso en su carrera. 
                                                              

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