—¿Por qué te
pusiste ese vestido rojo?, parecés lo que no sos.
Lo dice porque
es guardabosque, no quiere que conozca un novio potencial. Él se lo imagina. No
es mi deseo conocer a nadie. Simplemente ir a bailar, me hace bien. Suelto mis
demonios y vuelvo a la madrugada. La luz del amanecer me da las esperanzas que no
tengo. Hoy me di el gusto yo. Mañana me vestiré como a él le gustaría.
—Qué linda
estás, el negro te sienta bien, es de mangas largas, que abriga y te llega a
los tobillos. Te regalo estos zapatos con plataforma, eran de tu Mamá.
No lo quiero
contradecir, son rojos, él dice que sirven para cortar un poco el negro.
Sugiere un rodete bajo y el pelo bien tirante. También me regaló una sonrisa.
Me dio permiso para salir sola. Encontré a mi amigo que se sorprendió. Es el
único amigo que tengo, me gustó lo que dijo él, piensa lo que dice y hace lo
que piensa.
—Te quedaría
mejor vaquero, remera y zapatillas. Como cuando estudiamos. Casi ni te
reconozco. Parecés una mujer grande y pretenciosa. No tenés que darle el gusto
a los demás, hacé la tuya. Los demás son lo de menos.
Nunca había
reparado que era tan buenmozo, me gustaba cada vez más. Una noche íbamos a
estudiar. Él mismo lo dijo: “hacé la tuya”. Y el resultado fue hacer de todo,
menos estudiar.
Desaprobamos los
dos. A la mañana siguiente volví a mi casa. Papá me estaba esperando con café
con leche, pan tostado y mi mermelada predilecta.
—Qué bien que te
queda esa camisa ajena, prendida del revés.
Dí media vuelta
y sobrevino lo peor:
—Tenés los
botones desprendidos y la camiseta enrollada en el corpiño. No me interesa lo
que te pasó, me resultaría doloroso que me contaras. Yo pensaba que eras una
hija ejemplar…
Y siguió
hablando solo. Me fui a dormir.

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