domingo, 21 de marzo de 2021

HUIR

 

   Una pesadilla la hizo reparar en las luces de la Ciudad, que le tapaban la noche. Año tras año, postergaba la fantasía de vivir en otro lado. Se sentía como una rata de laboratorio, recorrer siempre los mismos caminos, pasillos infinitos que la conducían a situaciones más desagradables que sus pesadillas recurrentes.

   Cuando le dijeron que su auto estaba reparado, luego de cuatro meses, le dio tanto contento que de inmediato tomó una ruta a cualquier parte. Anduvo por caminos de tierra, donde recuperó el día, la noche y los descampados. Armó su carpa y durmió profundo.

   Un adolescente alto, desgarbado y muerto de hambre, le preguntó si podía descansar un rato, dentro de su carpa. Mientras ella tomaba mate sentada en un tronco, le dijo:

   —Te podés quedar todo el tiempo que necesites, pero antes de entrar, dejá tus zapatillas afuera.

   El chico durmió tres días seguidos. A ella le dio placer, recostarse sobre el pasto y de algún modo, sentir que estaba acompañada.

   El chico se encargó de desarmar la carpa y conducir el auto. Encontraron un almacén de ramos generales. Compraron fruta, verdura, alpargatas y nafta. Los Dueños preguntaron hacia dónde se dirigían. Ella dijo:

   —Nos vamos al mar.

   Y el chico asintió.

   —No les va a quedar muy lejos, si siguen derecho por la tierra, se va transformando en arena y es el único lugar donde podrán ver la salida del sol, su hijo va a disfrutar como loco.

   Le molestó que le atribuyeran esa maternidad, tenían veinte años de diferencia, no era tanto.

   Aparecieron colas de zorro y al fondo una franja azul.

—¡ Llegamos!— gritaron los dos, se revolcaron en la arena y corrieron hasta el mar, que parecía llamarlos.

   Se metieron con ropa y todo. Miraron con asombro la salida del Sol. Llegada la noche, se acostaron los dos en la misma carpa.

   Sus cuerpos se pegaron. Hicieron el amor cincuenta veces. Ella tuvo ganas de quedar embarazada. Él quiso tener un hijo. La panza de ella, fue creciendo de a poco. La bautizaron con el nombre de Luna, porque fue la Luna, que iluminó aquel parto tardío.

   Y fueron felices y no comieron perdices.

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