Una pesadilla la
hizo reparar en las luces de la Ciudad, que le tapaban la noche. Año tras año,
postergaba la fantasía de vivir en otro lado. Se sentía como una rata de
laboratorio, recorrer siempre los mismos caminos, pasillos infinitos que la
conducían a situaciones más desagradables que sus pesadillas recurrentes.
Cuando le
dijeron que su auto estaba reparado, luego de cuatro meses, le dio tanto
contento que de inmediato tomó una ruta a cualquier parte. Anduvo por caminos
de tierra, donde recuperó el día, la noche y los descampados. Armó su carpa y durmió
profundo.
Un adolescente
alto, desgarbado y muerto de hambre, le preguntó si podía descansar un rato,
dentro de su carpa. Mientras ella tomaba mate sentada en un tronco, le dijo:
—Te podés quedar
todo el tiempo que necesites, pero antes de entrar, dejá tus zapatillas afuera.
El chico durmió
tres días seguidos. A ella le dio placer, recostarse sobre el pasto y de algún
modo, sentir que estaba acompañada.
El chico se
encargó de desarmar la carpa y conducir el auto. Encontraron un almacén de
ramos generales. Compraron fruta, verdura, alpargatas y nafta. Los Dueños
preguntaron hacia dónde se dirigían. Ella dijo:
—Nos vamos al
mar.
Y el chico
asintió.
—No les va a
quedar muy lejos, si siguen derecho por la tierra, se va transformando en arena
y es el único lugar donde podrán ver la salida del sol, su hijo va a disfrutar
como loco.
Le molestó que
le atribuyeran esa maternidad, tenían veinte años de diferencia, no era tanto.
Aparecieron
colas de zorro y al fondo una franja azul.
—¡ Llegamos!— gritaron los dos, se revolcaron en la arena
y corrieron hasta el mar, que parecía llamarlos.
Se metieron con
ropa y todo. Miraron con asombro la salida del Sol. Llegada la noche, se acostaron
los dos en la misma carpa.
Sus cuerpos se
pegaron. Hicieron el amor cincuenta veces. Ella tuvo ganas de quedar
embarazada. Él quiso tener un hijo. La panza de ella, fue creciendo de a poco.
La bautizaron con el nombre de Luna, porque fue la Luna, que iluminó aquel
parto tardío.
Y fueron felices
y no comieron perdices.

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