Tenía una
relación estrecha con lapicera, cuaderno y lo que le dictara su imaginario
constantemente. Para él, escribir, era una droga. Le ocupaba el tiempo de la
noche y gran parte del día. No podía dejar mientras se deslizaba por los
renglones como una partitura. Escuchaba un piano que llegaba del depto de
arriba. Se interrumpía la música y él cerraba sus ojos pensando en las ideas
que vendrían.
Una noche se dio
cuenta que había un silencio raro. La ejecutante se mudó sin decir nada. Por un
lado lo alegró quedarse solo y por otro una tristeza desconocida lo llenó de
palabras nuevas y apagadas. Igual lo sorprendió una nueva mudanza, escuchó los
pasos de unos zapatos de tacos altos, le parecieron martillos incansables que
acomodaban muebles a cualquier hora del día. Recordó cuando su Madre, le apoyó
la punta de sus tacos sobre uno de sus tantos novios. Le produjo horror aquella
sangre y se puso a escribir lo que pasaba. El episodio le dejó una impronta en
su memoria que transformaba su escritura en una descarga, todo en un cuaderno,
pesadillas de sus historias. La nueva vecina cantaba desafinado. Él podía
escuchar un lavarropas, el motor de la heladera que se abría y se cerraba todo
el tiempo. La conoció en el ascensor, era una mujer enana y vulgar. Lo saludó
con voces que dijeron:
—Soy su nueva
vecina, espero no molestarlo con mis ruidos, la hiperkinesis que acompañó toda
mi vida, me obliga a ir de aquí para allá. No me puedo detener. Mis movimientos
son continuos. Si lo molesto, podrá quejarse ante mi puerta.
Él contestó con
un “muchas gracias” obligado y bajó del ascensor sin ningún asombro. Escuchaba
discusiones y sonidos de pugilatos desagradables. No le importó, le sirvieron
para escribir lo que decían. Le hicieron extrañar la música que tanto lo
acompañaba y le acariciaban los tormentos que lo cercaban. La crueldad consigo
mismo le hacía recuperar algún tipo de armonía. Lo hacían sonreír mientras su
lapicera careció de combustible y los renglones de sus cuadernos agotaron su
función nutricional.
Se compró un
piano de cola y pidió hablar con su ex vecina. Consiguió su número de celular y
le pidió que le enseñara aquellos acordes.
—Usted decidirá
el día y la hora de mi concurrencia.
Cuando la hizo
pasar lo sorprendieron los zapatos de tacos altos y finitos, que no hacían
ruido. Casi la abraza. No lo hizo porque era un hombre amable y muy
prudente.
Ella siempre fue
una persona muy exigente. Eso no le gustaba. Él terminó estudiando música en el
Conservatorio. Hizo un arreglo con el Portero, para conseguir unas llaves que
le permitían tocar el piano toda la noche. Su piano lo vendió, ocupaba mucho
espacio. Tuvo que desplazar su escritorio para volver a escribir con su propia
armonía.

No hay comentarios:
Publicar un comentario