sábado, 20 de marzo de 2021

SONIDOS

 

   Tenía una relación estrecha con lapicera, cuaderno y lo que le dictara su imaginario constantemente. Para él, escribir, era una droga. Le ocupaba el tiempo de la noche y gran parte del día. No podía dejar mientras se deslizaba por los renglones como una partitura. Escuchaba un piano que llegaba del depto de arriba. Se interrumpía la música y él cerraba sus ojos pensando en las ideas que vendrían.

   Una noche se dio cuenta que había un silencio raro. La ejecutante se mudó sin decir nada. Por un lado lo alegró quedarse solo y por otro una tristeza desconocida lo llenó de palabras nuevas y apagadas. Igual lo sorprendió una nueva mudanza, escuchó los pasos de unos zapatos de tacos altos, le parecieron martillos incansables que acomodaban muebles a cualquier hora del día. Recordó cuando su Madre, le apoyó la punta de sus tacos sobre uno de sus tantos novios. Le produjo horror aquella sangre y se puso a escribir lo que pasaba. El episodio le dejó una impronta en su memoria que transformaba su escritura en una descarga, todo en un cuaderno, pesadillas de sus historias. La nueva vecina cantaba desafinado. Él podía escuchar un lavarropas, el motor de la heladera que se abría y se cerraba todo el tiempo. La conoció en el ascensor, era una mujer enana y vulgar. Lo saludó con voces que dijeron:

   —Soy su nueva vecina, espero no molestarlo con mis ruidos, la hiperkinesis que acompañó toda mi vida, me obliga a ir de aquí para allá. No me puedo detener. Mis movimientos son continuos. Si lo molesto, podrá quejarse ante mi puerta.

   Él contestó con un “muchas gracias” obligado y bajó del ascensor sin ningún asombro. Escuchaba discusiones y sonidos de pugilatos desagradables. No le importó, le sirvieron para escribir lo que decían. Le hicieron extrañar la música que tanto lo acompañaba y le acariciaban los tormentos que lo cercaban. La crueldad consigo mismo le hacía recuperar algún tipo de armonía. Lo hacían sonreír mientras su lapicera careció de combustible y los renglones de sus cuadernos agotaron su función nutricional.

   Se compró un piano de cola y pidió hablar con su ex vecina. Consiguió su número de celular y le pidió que le enseñara aquellos acordes.

   —Usted decidirá el día y la hora de mi concurrencia.

   Cuando la hizo pasar lo sorprendieron los zapatos de tacos altos y finitos, que no hacían ruido. Casi la abraza. No lo hizo porque era un hombre amable y muy prudente.   

   Ella siempre fue una persona muy exigente. Eso no le gustaba. Él terminó estudiando música en el Conservatorio. Hizo un arreglo con el Portero, para conseguir unas llaves que le permitían tocar el piano toda la noche. Su piano lo vendió, ocupaba mucho espacio. Tuvo que desplazar su escritorio para volver a escribir con su propia armonía.

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