Hoy es el primer
día de mi vida que no me lavo los dientes, tampoco me baño, ni me peino, ni
cambio de ropa. Apareció Quintina, una Tía loca.
—Traje perfume,
perfumina y sahumerios. Así no puedo respirar. Te pedí un turno con Oliverio,
para que le informes qué mierda te pasa.
Entré en el
Consultorio y le conté imposibilidades externas, que seguro eran internas.
Oliverio se
tapaba la nariz, con pensamientos para tapar el olor nauseabundo de su nueva
paciente.
—Lo que tiene es
una depresión tan honda que no puede mirar el fondo, ni usted misma.
—¿Entonces no me
va ayudar?
Oliverio le
contestó:
—En la medida
que la próxima sesión, venga bañada y bien entrazada, veremos si seguimos o no.
Llegó el
miércoles cuatro a las cinco de la tarde, estaba tan elegante que Oliverio no
me reconoció.
—Qué linda que
está. ¿Vio que cualquier ser humano
puede cambiar?
Le dije que lo
hice por él, para que no se metiera violetas en la nariz.
—Oliverio, yo no
pienso venir más. Lo que me dice lo conozco de memoria y nadie más que yo sé lo
que me pasa.
El asombro de
aquel hombre, no puede compararse con el souvenir que me regaló, un ramo de
violetas, con mocos en los pétalos.

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