Había cola en el
Super, cuando le tocaba a él le cedía el lugar a la señora de atrás, cuando le
volvía a tocar, dejaba pasar primero al señor que estaba atrás y así hacía con
toda la gente. Cuando le tocó a él, miró que no hubiera nadie. Pasó con su
carro y las persianas de cierre cayeron. Lo podría haber partido en dos, tuvo
suerte, partieron el carro.
En la vereda,
aunque estuviese apurado, si veía una persona en silla de ruedas, la llevaba él
hasta donde fuera. Para prestar su servicio, compró un auto. Llevaba a todos
los chicos del edificio, a los que cupieran, a distintas escuelas, muy
distantes entre ellas. Después los pasaba a buscar.
Si veía a
alguien con frío y desamparado, se quitaba el sobretodo y lo apoyaba sobre su
espalda. El hombre le agradecía como si fuese un milagro. Una mujer, con un
niño en brazos y colgaban de sus manos bolsos demasiado pesados. De inmediato
le llevaba el niño en brazos y los bolsos también. La mujer le agradecía con
un: “Muuuchas gracias”. Siguió su ruta sola.
Un señor
encorvado, por viejo y cansado, no podía abrir la puerta, él se ofreció y la
abrió. Se trataba de un viejo casi ciego. Al viejo le pareció natural que
alguien se ocupara de él.
El señor ayudaba
a todo el mundo que se le cruzara. Estando en el mar, vislumbró una mujer que
se ahogaba. Para sacarla la tomó del pelo, que era peluca. Se enojó y lo
insultó, porque una ola se llevó su peluca. Perdonaba seguido. Fue premiado en
circunstancias como aquella señora, que se cayó en la vereda. La ayudó a
levantarse y la señora lo hizo pasar a su casa. Le ofreció un té y quedarse a
dormir con ella. Él aceptó, por temor a que la señora se disgustara. Finalmente
se quedó a vivir con ella. No era lo mismo. Prefería seguir ayudando, como lo
hacía antes.
Su vocación era
ayudar y nadie iba a permitir que dejara de hacerlo.
Un albañil le
preguntó si le podía pintar un rincón que le faltaba. Se subió a una escalera
tambaleante. El albañil le dijo:
—Hágalo
tranquilo, que yo le sostengo la escalera.
Cuando miró hacia abajo, el tipo estaba fumando. Le
agradeció la pintada, ni reparó que el señor había caído largo a largo en la
vereda.
Le resultó
importante:
—Un accidente lo
tiene cualquiera.
No lo ayudó a
levantarse, tan sólo una vez que realmente necesitó ayuda. Qué mala e
indiferente, es casi toda le gente.
Estando en la
verdulería una chica le robó el lugar. Se tomó todo el tiempo del mundo
preguntando precios. Cuando tocó su turno, llevó dos limones solamente. A la
que estaba tras él, no le ofreció pasar primero.
—Hasta aquí
llegó mi paciencia.
No dijo nada,
porque era un señor muy correcto.

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