martes, 30 de marzo de 2021

UN SEÑOR MUY CORRECTO

 

   Había cola en el Super, cuando le tocaba a él le cedía el lugar a la señora de atrás, cuando le volvía a tocar, dejaba pasar primero al señor que estaba atrás y así hacía con toda la gente. Cuando le tocó a él, miró que no hubiera nadie. Pasó con su carro y las persianas de cierre cayeron. Lo podría haber partido en dos, tuvo suerte, partieron el carro.

   En la vereda, aunque estuviese apurado, si veía una persona en silla de ruedas, la llevaba él hasta donde fuera. Para prestar su servicio, compró un auto. Llevaba a todos los chicos del edificio, a los que cupieran, a distintas escuelas, muy distantes entre ellas. Después los pasaba a buscar.

   Si veía a alguien con frío y desamparado, se quitaba el sobretodo y lo apoyaba sobre su espalda. El hombre le agradecía como si fuese un milagro. Una mujer, con un niño en brazos y colgaban de sus manos bolsos demasiado pesados. De inmediato le llevaba el niño en brazos y los bolsos también. La mujer le agradecía con un: “Muuuchas gracias”. Siguió su ruta sola.

   Un señor encorvado, por viejo y cansado, no podía abrir la puerta, él se ofreció y la abrió. Se trataba de un viejo casi ciego. Al viejo le pareció natural que alguien se ocupara de él.

   El señor ayudaba a todo el mundo que se le cruzara. Estando en el mar, vislumbró una mujer que se ahogaba. Para sacarla la tomó del pelo, que era peluca. Se enojó y lo insultó, porque una ola se llevó su peluca. Perdonaba seguido. Fue premiado en circunstancias como aquella señora, que se cayó en la vereda. La ayudó a levantarse y la señora lo hizo pasar a su casa. Le ofreció un té y quedarse a dormir con ella. Él aceptó, por temor a que la señora se disgustara. Finalmente se quedó a vivir con ella. No era lo mismo. Prefería seguir ayudando, como lo hacía antes.

   Su vocación era ayudar y nadie iba a permitir que dejara de hacerlo.

   Un albañil le preguntó si le podía pintar un rincón que le faltaba. Se subió a una escalera tambaleante. El albañil le dijo:

   —Hágalo tranquilo, que yo le sostengo la escalera.

   Cuando miró  hacia abajo, el tipo estaba fumando. Le agradeció la pintada, ni reparó que el señor había caído largo a largo en la vereda.

   Le resultó importante:

   —Un accidente lo tiene cualquiera.

   No lo ayudó a levantarse, tan sólo una vez que realmente necesitó ayuda. Qué mala e indiferente, es casi toda le gente.

   Estando en la verdulería una chica le robó el lugar. Se tomó todo el tiempo del mundo preguntando precios. Cuando tocó su turno, llevó dos limones solamente. A la que estaba tras él, no le ofreció pasar primero.

   —Hasta aquí llegó mi paciencia.

   No dijo nada, porque era un señor muy correcto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario