Un matrimonio
ejemplar, caminaban tomados del brazo y vestidos como para un casamiento.
Saludaban a los Vecinos, con leves inclinaciones de cabeza. Se daban piquitos
furtivos en la plaza.
Cuando llegaban
a su casa, la mujer le preguntaba:
—¿Llamaste al Plomero,
Haroldo?
Él la miraba
sorprendido:
—No, lo tenías
que llamar vos.
Todas las
canillas del baño perdían, las de la cocina también. El agua llegaba hasta la
vereda.
—¿Sos idiota o
te hacés?
Ella lo miraba
con odio:
—Pero vos, que
sos un boludo que se lava las manos con todo lo referido a casa.
Alzaban la voz
hasta llegar al grito pelado.
—Te recibiste de
Médico, Especialista en Ginecología, sos un conchudo.
—¿Por qué me
decís eso?
—Porque te pasás
el día mirando conchas. ¡Rata inmunda! Sos un pajero.
—Te equivocaste,
no necesito para nada hacerme la paja. Tengo a mis pacientes que siempre están
bien dispuestas.
—Pero que pedazo
de hijo de puta, encima me lo contás.
Estando en el
restorán más caro de Buenos Aires, después de la primera copa de vino:
—¿Sabés qué
estuve pensando? Me insultás a cada rato, no le das ni cinco de pelota a
nuestros hijos, ni los bañás ni les lavás la ropa.
Los clientes más
cercanos, dejaron de comer para escucharlos. Algunos con horror, otros con
placer. Cuando el Marido le dio dos bofetadas al derecho y al revés, los más
lejanos clientes aplaudían, pensaban que era una obra de teatro que contrataban
los Dueños. Hasta que ella se subió a la mesa.
—Uds nos miran
porque mi Marido o compañero de pieza, es reputaso.
—Jamás me
rompieron el culo y detesto a los hombres.
—Cuando te
descubrí en el dormitorio, con tu mejor amigo, los dos con los pantalones
caídos hasta el piso y la cama deshecha.
—Imelda, ¿por
qué no te vas a la concha de tu Madre?
—Porque no tengo
Madre, sorete. Andate vos a la tuya, que debe ser mucho más grande.
Él la bajó de la
mesa con un sillazo, rompieron toda la vajilla y salieron al grito de:
“Putarraca sin clientes”.
—Tengo clientes
demás, sino preguntale a tus amigos. ¡Cornudo!
Iban por la
esquina:
—Apurate porque
nos están corriendo los mozos, no les vamos a pagar una mierda.
Tomaron un taxi,
llegaron a su casa como dos tortolitos. El Marido la miró:
—Ah y esto es lo
último que te digo. Hoy te tengo ganas, te lo voy a hacer, eso sí, te me
disfrazás de puta y te tapo la cara con la almohada. Estas son mis condiciones.

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