Tomó un taxi con
un conductor de esos que les gusta hablar. Él, cuando salía del trabajo,
prefería el silencio.
—Ché, mirá qué
piba nos cruzamos, así era la mujer más famosa del año 46, nadie se le
acercaba, usaba pollera angosta con un tajo atrás, por aquel tiempo la mina
tallaba, tenía un culo y unas tetas firmes como el mármol. No le daba bola a
nadie. Le hubiera gustado ser querida no por su cuerpo, sino por su
inteligencia y otras virtudes que le daban un halo de tristeza. Mi sueño se
hizo realidad, a los dos meses, yo me le arrimé y le propuse casamiento.
Este tachero no
la corta, si sigue, me bajo. Aunque me interesa lo que cuenta, de alguna parte
lo conozco, no sé de dónde, pero lo conozco.
—Y como le
decía, fuimos tan felices. Era oportuna, entregaba todo lo que tenía. Se fue
con mi mejor amigo y yo sin comerla ni beberla, no le guardé rencor a ninguno
de los dos. Una vez me la crucé, estaba con una panza inmensa, a punto de parir
y seguía siendo hermosa. Volvió conmigo diciendo que el crío era mío, después
me dejó. ¡Mire!, ¡mire!, al lado del semáforo está ella. El tiempo la
transformó en una vieja flaca, arrugada y encorvada.
Fue patético. La
mina que me describía, ahora era mi mujer. Miré por la luneta trasera y era
ella nomás. Al ver en qué se había transformado, di vuelta la cara y traté de
olvidar.
—Chofer, por
favor, yo me bajo aquí.

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