lunes, 22 de marzo de 2021

LETRAS

 

   Joasch, desde los seis años las hermanas lo llamaban Opa, si alguna le hablaba levantaba sus ojos del libro.

   —Ché, Opa, andá a la panadería.

   Él contestaba, retomando su lectura y con la boca abierta:

   —No puedo, necesito saber cómo continúa el tal Homero, la Ilíada, para más datos. Un ejemplar que hasta que no llegue al final, ni pienso dejar. Después tengo El Quijote de la Mancha, en castellano antiguo. Es prestado y lo tengo que devolver la semana entrante. Hagan de cuenta que soy invisible.

   A los treinta, se mudó a un pen-house y su vida consistía en leer en el micro, en el subte, en la plaza, para airearse, respirar y seguir leyendo. Se pasaba de Estación, por leer el último capítulo de cualquier libro que le interesara mucho.

   Su depto constaba de paredes cubiertas con libros de piso a techo. Obras de autores preferidos. Llegó un momento que se enfermó y lo internaron. Los Médicos le tenían prohibida la lectura. El diagnóstico fue: cáncer terminal de libro.

   Al enterarse, leía los papelitos de los medicamentos. Le dio una depresión más importante que sus libros. Lo dejaron ir porque no alcanzaban las camas. Cuando llegó a su casa fue directo a la ventana, pensando que estaba cerrada, apoyó la frente en esos vidrios tan transparentes, que sin premeditación se cayó del piso catorce, a la altura de la parada del micro 206. El cuerpo no resiste tal altura y mientras caía no pudo pensar más.

   Uno decía que se había suicidado. Los vecinos hablaban de un accidente desgraciado. Rodearon el lugar con cintas amarillas. Antes de eso, Joasch, había arrojado su biblioteca completa.

   Una joven se enfrentó con otro joven y levantaron todos los libros que pudieron. Se conocían de la  Facultad.

   —¿Cómo podés llevarte estos libros que son de mi Padre?—dijo ella.

   —No, te equivocaste, esos libros pertenecen a mi Padre.

   Ambos quedaron suspendidos, acariciando los libros.

   —¿Tu Papá era mi Papá también? ¿Deduzco mal? ¿Somos hermanos?

   Se miraron a los ojos y eran los mismo ojos de aquel Señor, que pasó toda su vida leyendo.

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