domingo, 28 de marzo de 2021

FIDELIDAD

 

   Ni bien se despertaba, tanteaba su atado en la mesa de luz. Prendí uno y lo fumaba entre dormido. Desayunaba café negro con un cigarrillo en la mano. Con la colilla de uno, prendía el siguiente.

    Cuando se jubiló, al personal lo alegró mucho. Ni cuando abrían una ventana tras su espalda, en pleno invierno, él dejaba prendido un cigarrillo en cada tablero, para no tener que caminar. Mandó sacar los papeles que decían: “Prohibido Fumar”. Escuchó por primera vez: “Fumando espero al hombre que yo quiero…”

   Pensó: “Fumando espero a la mujer que yo quiero…” Contrató una Acompañante para fumar con alguien, mientras la esperaba, fumaba y cuando llegaba, fumaban los dos. Hablaban poco, exhalar todo el tiempo los enmudecía.

   Cuando caminaba con las manos en los bolsillos, se incrustaba el filtro en un diente que le faltaba. En el mar, mientras barrenaba, la mujer que contrató le sostenía un pucho prendido, para cuando saliera del agua. Los amigos que siempre esperaban sus conversaciones hilarantes, habían dejado de fumar y dejaron de visitarlo llegando a la conclusión: “Fumar es malo para la Salud”.

   Echó a su Acompañante, por concurrir a “Chau Pucho”.

   —¿No te das cuenta que te podés morir?—le advertía algún amigo.

   Al poco tiempo se murió, no por el cigarrillo sino por un micro que lo atropelló. Entre todas sus amistades, le compraron un ataúd. Él gastaba todo su dinero en paquetes de cigarrillos. El día del sepelio, mientras lo bajaban, los más allegados lloraron para cerrar el duelo.

   Donde estaba su sepultura, comenzó a salir humo. El Cuidador del Cementerio, lo desenterró y levantó la tapa del ataúd. Estando muerto, seguía fumando.

   Dejo aquí, porque me quedé sin cigarrillos, voy a comprar un atado en la esquina, no puedo escribir si no tengo un pucho prendido.

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