martes, 9 de marzo de 2021

TRÍPTICO

 

   Elisa entristecía cuando su Marido trabajaba en el centro. Tenían un amigo vecino, que la acompañaba cuando ella estaba sola. Le ayudaba a preparar la comida, a hacer los mandados, trapetearle los pisos y cortar el pasto. A mitad de la mañana, tomaban mate y se hablaban todo, cosas de risa, nada deprimente.

   En ocasiones, el Marido llegaba más temprano y los encontraba cortando cebollas o leyendo poesías. Toda la distribución de los muebles, era a gusto del Vecino. Pedro escuchaba la voz a su llegada, le producía escozor la visita cotidiana del Vecino. A Elisa se le apagaba la mirada cuando él retornaba del Estudio. Apenas un saludo para ambos y se tiraba en su sillón propio, a mirar tele. El sillón tenía el mismo olor del Vecino.

   Después de soportar durante mucho tiempo la ocupación vecinística, lo fue odiando de a poco y un día le tiró sus zapatos por la cabeza. Le dijo que se fuera. Elisa se marchitó con aquella ausencia. Lo llamó para invitarlo a dormir la siesta juntos. Aprovecharon aquel tiempo precioso para hacer el amor tan postergado. Un día hubo paro y el Marido los sorprendió en esas lides. El Vecino no se fue, huyó. Le dio las gracias a Elisa por todos esos momentos tan bien acompañados.

   Pedro olvidó aquel episodio. Elisa no pudo olvidar.

   El Vecino consiguió una mujer que lo visitaba todas las mañanas, picaban cebolla, leían poesía. Elisa escuchaba las risotadas. El balcón la tentó.  

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