domingo, 7 de marzo de 2021

FILÁNTROPO

 

   —Bueno, le voy a poner cloro a la pileta.

   A mí no me pareció que necesitara más cloro.

   —Esto la hace más transparente, mejor le agrego ácido, así me gusta más. Yo recién me tiré. ¿Por qué no hacés lo mismo?

   La vi vasito, me dio un empujón y la pileta estaba totalmente llena de ácido puro. Sentí que me quemaba lentamente. El muy truhan  me miraba desde arriba. Parecía sonreír a medida que me deshacía. Las capas de mi piel flotaban en todas partes. Lo último que vi fueron mis ojos, que él mismo los tenía en la mano.

   No sabía que me odiaba tanto. Metió mis pedazos en un baúl antiguo y me trasladó de Argentina a México, de allí a Italia y los últimos años viví en Berlín. Hicieron trasplantes de toda índole. Hasta me donaron los ojos. Fueron 25 años de sufrimiento. Un Médico loco y sabio, logró instalarme un brazo de titanio, que funcionó como si fuera propio. El costo de todo aquello corrió por cuenta de una persona que nunca conocí.

   Cuando volví a Buenos Aires me instalé en la casa donde ocurrió. Él estaba sentado, de espaldas a la puerta, leyendo el diario, mirando una película y hablando por celular, mientras tomaba whisky del pico.

   Llené la pileta con ácido muriático. Cuando por fin se durmió, arrastré el sillón al borde. Cayó solo por un declive. No quedó nada de él. Las paredes se derrumbaron sobre sí mismas. Encargué dos camiones de tierra. Planté unas semillas de césped que traje de México. Se transformó en una superficie verde, pero no crecía ninguna flor.

   Por carta llegó el nombre del filántropo que cubrió mis gastos. Prometió una visita, que se hizo cierta, era el Médico loco, tomamos un five o´clock tea. Lo demás es lo de menos.

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