Anduve por la
vida con viento en contra, alguna vez no, pero eso no lo recuerdo. Mis padres
me dejaron sin padres, me criaron mis abuelos, o me soportaban, no sé bien, las
maestras no me querían por llegar al resultado correcto, pero por otro camino.
Me regalaron una bicicleta. Antes de llegar a
la esquina, vi un mueble en la vereda, largué los manubrios y me tapé los ojos.
Mueble roto, hombro roto. No me gustan las bicicletas. Me trasladaron del
trabajo, a un edificio contra las vías. Se presentó uno para llevarme de
vuelta, en moto, con el viento en contra me dejó en casa, dio una vuelta y
gritó:
—Mañana te paso
a buscar.
Le hice una seña
indiferente. Me enteré que era mi inmediato superior, anoche pensé en el abrazo
que se da al que conduce, ahí te da calor en el pecho y el viento en contra no
entra. Cambió la moto por un vehículo de los blancos, ni bien subí me hizo
poner doble cinturón de seguridad, iba a tanta velocidad como para pasar seis
semáforos en rojo.
Lo trataba de
usted, no por respeto sino para poner una distancia.
—No sé si se dio
cuenta que pasó seis semáforos en rojo.
Puse voz de
tonta. El muy caradura dijo que fue para desayunar juntos, antes de entrar al
laburo, salí de la camioneta como expulsada.
Antes de los
buenos días pedí una reunión inmediata con un oficial. Hice la denuncia de los
semáforos, y le sumé acoso laboral. Al día siguiente, el tipo ocupó su lugar de
siempre y me guiñó un ojo.
Presenté mi
renuncia, dejé el arma y el odioso uniforme. Cuando salí había viento en
contra. No me molestó, barría la
historia de los azules y su maldita adicción a la pizza. No me gusta la
pizza.

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