El peor
compañero, malo como la peste.
—Miralo, se le
fruncen las cejas, su primer gesto diabólico, volcó el tintero en mi espalda,
si me disculpan, me cambio de pupitre.
Le pegó en el
recreo, al más chico de la clase, todos miraban, nadie hacía nada, lo tenía
trabado en el piso y le golpeó la cabeza tres veces. Vino la ambulancia, con
una sutura estuvo presente al día siguiente. Se acercó al vándalo:
—Dijo mi Vieja,
que si alguien me pegaba en una mejilla, dejara que me pegara en la otra, ahora
decime, lo que hiciste fue en mi cabeza, lo que viene, ¿es que me patees el
culo?
El desgraciado
miró al cielo, nunca bajó la cabeza:
—Sí, como si
fueras un fulbito, no lo hago porque si me rajan de la Escuela mi Viejo me
deshace y eso que no es mi Padre. Es un tipo que mi Vieja se lo trajo, no sé de
dónde. A ella la caga a piñas, ya le sacó dos dientes. Va a la Comisaría de la
Mujer y nadie le da bola. Se hacen las que se van a ocupar y después nada. Que
nadie me diga nada, prefiero esta flia, antes que las flias aburridas que
tienen Uds, van a salir todos putos…
Nada lo detenía,
excepto un día que se llevó la Caja de la Cooperadora y lo capturó la Policía.
Allí le dieron con la tohalla mojada, no podía ni hablar. Cuando obtuvo su
libertad del Reformatorio, que no le reformó nada, volvió a su casa y cuando
vio la infamia que cayó sobre su Madre, casi agonizante y sus hermanitos
golpeados, entró al dormitorio y vio a su Padrastro beodo. Corrió a la cocina y
con una cuchilla le perforó el pecho. Le dieron ocho años de cárcel, por el
crimen atenuado por las circunstancias.
Durante ese
tiempo fui todos los días de visita, le llevaba merienda no perecedera,
cigarrillos y un dinero que me daba mi Padre, para entregar a los que seguro
abusarían de su persona.
Los compañeros
de la Escuela no lo perdonaron a él ni a mí.
Por buen
comportamiento le devolvieron sus escasas pertenencias y atravesó la salida
donde yo lo esperaba, con un sobretodo y un abrazo.

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