Chascomús el
antiguo, donde ella pasaba los veranos con sus abuelas. Al principio jugaban
todo el día con ella hasta que se pusieron muy ancianas y se la llevaban por
delante, pensando que se trataba de un gato.
Cuando hacía
mucho calor de noche, se abrían las ventanas y las puertas. El olor de los
jazmines, las madreselvas y los junquillos, resultaban tan embriagadores que la
hacían dormir hasta el mediodía. Luego salía por detrás y a dos pasos estaba
dentro de la laguna. Nadaba hasta que se fuera el calor.
Una noche sin
luna, se hizo una corona de jazmines, gardenias y unos calzones hilados de
magnolias, comenzaba a hacer la plancha hasta quedar dormida. Una fragata que
venía serena, extendió una planchada y la tragó por la bodega. Le pareció raro
despertar en su cama. Como si aquella aventura no hubiera sucedido.
En la noche del
día siguiente, seguro que su traje de baño no perdería ninguna flor. Hizo la
plancha hasta que apareció la fragata, no estaba dormida y aceptó la propuesta
del Capitán de subir a cubierta. Había tanta neblina que se perdieron en la
blancura.
Las Abuelas
pidieron auxilio, hacía dos días que no aparecía. Pasaba el tiempo que hasta
los Padres se resignaron a pensar que solamente había desaparecido. Eran tiempo
parecidos a los anteriores, a los que suceden y los que seguirán sucediendo.
Simularon un
sepelio como si la chica hubiese muerto. Todos deseaban que mal rayo partiera
al sacerdote para detener su diatriba. En medio de los asistentes apareció la
joven, vestida con uniforme y preguntando quién era el muerto. Muchos se
impresionaron y desmayaron. Las mujeres más católicas, se arrodillaban mirando
al cielo.
La joven volvió
a la casa y hasta llegó a olvidar aquellos episodios. Cuando volvió a Buenos
Aires, fue recibida por su Nana. Le dijo al oído:
—Tenga cuidado,
joven y arréglese el pelo tan desgreñado que trajo. Yo le voy tirando perfume,
hasta cuando entre al comedor.
Allí estaba el
Capitán de la fragata y un ramo de flores que la emocionó. Cuando lo sostuvo en
sus brazos, resultaron artificiales. El Capitán de la fragatita le pareció un
desubicado y vulgar. Lo sacó de su casa y le entregó aquel engendro de
plástico. Llamó a la Florería y encargó tres docenas de rosas blancas. Eran
tantas que tuvo que repartirlas, en diferentes lugares del comedor.
La visitaron las
amigas, para el five o’clock. Al principio estaban encantadas con el olor de
las rosas. Ni bien terminaron el té se fueron despidiendo con rapidez.
—Siempre fue así
cuando volvía de Chascomús. Está como…
—¿Así cómo?
—Como loca.

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