miércoles, 30 de noviembre de 2022

NINGUNO

 

   Nosotros usamos el teléfono para situaciones de emergencia, carecemos de celulares, sólo existe el teléfono fijo. Mi prima Sara, que vive en casa, tiene un pretendiente. Lo llama todos los días y hablan más de una hora, para decirse que se aman. Resultan empalagosas sus charlas, es mejor cuando se odian, se pelean en voz baja.

   Hoy la interrumpí:

   —Sara, necesito el teléfono, yo también tengo novia y espera mi llamado. Vos hablaste tanto, que me imagino a Trini, preocupada porque da ocupado, se ofende, se emborracha, yo llego para el vómito.

   Pasa mi Madre:

   —El teléfono es para todos, parece que ustedes tienen el patrimonio, corten, ahora me toca a mí, debo llamar antes que cierren todo. Tengo que pedir los encargos de verdulería y super, sino acá no come nadie.

   Mi Padre la escuchó:

   —Dejalos que hablen todo lo que quieran.

   —¿Viste la cuenta de teléfono?

   —Tenés razón, que no hablen.

   Son pijoteros los viejos. Pasamos y lo miramos de refilón. Cuando nadie lo usa, nos abalanzamos sobre él y cada uno avisa que hablará cinco minutos. Es de creer que mi prima Sara, llega primero, no dice cuánto tiempo hará uso del aparato. Hay cuatro hermanos del segundo matrimonio de Mamá, ellos otean el teléfono para hacer llamadas internacionales. Esto no lo sabe nadie, sólo yo. Son mugrientos por elección y dejan el tubo enmelado. Amenazan con que se van, sería maravilloso, tendríamos la posibilidad de recuperar el aparato. Parecemos una espiral dando vueltas alrededor del teléfono gastado.

    Todo es perecedero en este mundo. Se quedó sin tono, no podíamos hablar ni recibir llamados. Hubo un duelo general, Telefónica se llevó el aparato por falta de pago. Por un lado vino bien, empezamos a charlar entre nosotros. Nos enteramos que ninguno pertenecía a la familia. Fue un matrimonio que para recuperar sus primeros años sin hijos, decidió adoptarnos.

   A partir de ahí mi prima Sara, encontró en un desarmadero, un teléfono que andaba. Consiguió un amigo e hizo una conexión trucha. Por alguna razón de poca monta, peleamos con trompadas al aire, una partió el teléfono. Juntamos los pedazos, el tubo quedó abajo de la mesa, la ruedita estaba atrapada entre las teclas del piano y la caja negra se cayó por el balcón. En esa caja, estaba la memoria de las conversaciones sostenidas. Buscamos una bolsa de consorcio para juntar los pedazos. Luego pensamos que sería mejor darle santa sepultura. Lo enterramos en una maceta que apoyamos donde antes vivía él.

   Una noche empezó a sonar, hubo una frustración colectiva, fue el teléfono de la casa de al lado. Nos fuimos a dormir. Cada uno de nosotros soñó con un teléfono distinto, pero ninguno tenía tono.

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