Su vida se
parecía más a una hoja de ruta que a una vida. Tuvo un marido bueno y
trabajador. Dos hijos de libro, un varón y una mujer.
Se casó virgen y
sus noches de amor y pasión de todo el día se redujeron a día por medio. Cuando
nació la bebé hacían el amor los viernes. Pagaban una niñera, comían en un
restaurante con amigos sin sorpresas y la madrugada, el viernes, el tradicional
ella abajo y él arriba. Dormían cucharita. Ella se dedicaba al aseo de la casa.
Tenía la comida lista en los horarios estipulados de recién casados. Preparaba
todo tipo de repostería que devoraban todos y al final aplaudían.
El marido
recibió ascensos que lo llevaron al cargo más alto. Fue el momento donde
comenzó a mirar culitos. Luego a tocarlos y más tarde jugó con muchos. Eligió
uno, el más cumplidor. Llegó a su casa, su mujer amasaba. Dijo:
─Hola.
Su mujer
contestó con un beso. Él le pidió el divorcio. Ella dijo:
─Sí.
Cuando los
chicos volvieron del colegio encontraron dos sobres cerrados. El padre:
─Queridos míos
Uds. Son grandes y tienen toda la vida por delante, me voy, quedan en manos de
vuestra Santa Madre.
La madre fue más
explícita:
─Perdonen, pero
me voy a poner al día con mi vida, cuídense.

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