viernes, 11 de noviembre de 2022

LA TIERRA

 

   Vivíamos a cuatro leguas de distancia, no nos queríamos, estando casi enfrente. Los enfrentes de los campos competían por cualquier verdura, tomates, lechugas, rabanitos, berenjenas y algún otro que me olvidé en la lista. Le pongo todo porque si no después me olvido. Yo no sé nada de computear, así que anoto todo en una libreta negra.

   Una noche lo encontré, le pedí perdón, él aceptó. Estando solos hablábamos con los perros que no sabían más que ladrar. Eso me hacía sentir loco, el idioma perro no lo conozco. Y los locos hablan solos, el muchacho de enfrente hacía lo mismo.

   ─¿Qué te parece si construimos una cancha de bochas y jugamos de tu casa a la mía?

   ─¿Y cómo lo vamos a hacer? El trayecto es largo.

   ─Es muy sencillo, vos hacés tu mitad y yo hago la mía.

   Por fin lo terminamos. La inauguración fue de noche y en verano. Yo le arrojé la primera bocha y aterrizó en su cabeza. Él me la devolvió y me rompió la nuca. Nos morimos desangrados.

   Me arrastré para salvarlo y él me escupió en la cara. Pensé que me quería, fue mentira que me había perdonado. Empezó a llover y poco a poco nos hundimos en el barro. Asomó su cabeza y mi nuca.  Cuando el odio comienza, crece como la muerte de dos campesinos solos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario