La familia, los
amigos y yo, nos dimos cuenta que Nora tenía preferencia por uno y el otro no
le importaba. A pesar de ser un Pintor pope, yo me encargaba de pagar los
gastos de la casa, las vestimentas de todos y el Colegio pago de mi hermano.
Me despreciaba
con los gestos y al otro le hacían fiestitas y le traían regalos.
—Qué suerte,
Nora, que este te salió rubio y de ojos celestes, en cambio el otro, tan
morochito, de párpados caídos.
Las amigas se
fueron dándole un beso a Nora y a su hijo predilecto. A mí me saltaron. Mi
Madre déspota insistía que yo le hiciera los mandados. Mientras ella hamacaba
al niño, blanco como la leche. Para mí, le faltaban glóbulos rojos.
Les compré una
Mansión rodeada de árboles piñoneros. Salimos los dos hermanos a recorrer la
floresta, sin la anuencia de Mamá. Nos
esperaba con una fusta en la mano, a mí me daba fustigazos en la espalda y al
blanco parecía hacerle caricias con la fusta.
—Me parece que
Mamá vive pegada a mí y con vos, es tan injusta que voy a defenderte.
—No, dejá, sería
peor.
Por qué no me
quería, si era un pancito. Comimos en el salón principal. La mesa era redonda,
cubierta con un mantel bordado en Richelieu. Me obligó a tender la mesa.
—Si acá sobra el
servicio.
Dijo Nora:
—A vos te queda
liso, en cambio las otras parecen haber salido del barro. Las tengo para que
limpien los pisos y los vidrios. Lo demás lo hago yo, tengo terror que me
rompan alguna pieza importante. Ocupe cada uno su lugar, ya está lista la cena.
Era un pavo
relleno, dorado y con guarniciones de papas fritas y zanahorias. El rubio
estaba bien cerca de su Madre, yo me puse en el medio, como si comiera solo. De
pronto sentimos unos ruidos. Podía ser una nota, una sola. Podían ser ratones o
algún gato que se colgara de una teja. Me inclino por la primera.
En la parte más
aburrida de la conversación, no había ninguna parte que no fuera aburrida.
Cuando mi hermano se puso a defenderme, Mamá dijo:
—Quietito, ni se
te ocurra levantarte de la silla.
A los postres,
se escuchaban cristales que se entrechocaban. Se desprendió la araña y cayó
sobre nosotros tres. Quedamos aplastados. Murió la Mamá y el blanquito. Yo
sobreviví ante una escena desagradable.
Salí a juntar
piñas y me olvidé de llamar una ambulancia.

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