viernes, 4 de noviembre de 2022

LA INJUSTICIA DE UNA MADRE

 

   La familia, los amigos y yo, nos dimos cuenta que Nora tenía preferencia por uno y el otro no le importaba. A pesar de ser un Pintor pope, yo me encargaba de pagar los gastos de la casa, las vestimentas de todos y el Colegio pago de mi hermano.

   Me despreciaba con los gestos y al otro le hacían fiestitas y le traían regalos.

   —Qué suerte, Nora, que este te salió rubio y de ojos celestes, en cambio el otro, tan morochito, de párpados caídos.

   Las amigas se fueron dándole un beso a Nora y a su hijo predilecto. A mí me saltaron. Mi Madre déspota insistía que yo le hiciera los mandados. Mientras ella hamacaba al niño, blanco como la leche. Para mí, le faltaban glóbulos rojos.

   Les compré una Mansión rodeada de árboles piñoneros. Salimos los dos hermanos a recorrer la floresta, sin la anuencia de  Mamá. Nos esperaba con una fusta en la mano, a mí me daba fustigazos en la espalda y al blanco parecía hacerle caricias con la fusta.

   —Me parece que Mamá vive pegada a mí y con vos, es tan injusta que voy a defenderte.

   —No, dejá, sería peor.

   Por qué no me quería, si era un pancito. Comimos en el salón principal. La mesa era redonda, cubierta con un mantel bordado en Richelieu. Me obligó a tender la mesa.

   —Si acá sobra el servicio.

   Dijo Nora:

   —A vos te queda liso, en cambio las otras parecen haber salido del barro. Las tengo para que limpien los pisos y los vidrios. Lo demás lo hago yo, tengo terror que me rompan alguna pieza importante. Ocupe cada uno su lugar, ya está lista la cena.

   Era un pavo relleno, dorado y con guarniciones de papas fritas y zanahorias. El rubio estaba bien cerca de su Madre, yo me puse en el medio, como si comiera solo. De pronto sentimos unos ruidos. Podía ser una nota, una sola. Podían ser ratones o algún gato que se colgara de una teja. Me inclino por la primera.

   En la parte más aburrida de la conversación, no había ninguna parte que no fuera aburrida. Cuando mi hermano se puso a defenderme, Mamá dijo:

   —Quietito, ni se te ocurra levantarte de la silla.

   A los postres, se escuchaban cristales que se entrechocaban. Se desprendió la araña y cayó sobre nosotros tres. Quedamos aplastados. Murió la Mamá y el blanquito. Yo sobreviví ante una escena desagradable.

   Salí a juntar piñas y me olvidé de llamar una ambulancia.

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