lunes, 19 de enero de 2015

COMO EN MI VIDA

Ester me hizo pasar a la cocina, sirvió dos vasos de vino. Sus hijos tenían mi edad. Mientras relataba la película que vio anoche, donde todavía se conservaban valores humanos, afecto. Era la misma que yo había visto, “Les Enfants du paradise” de Michel Carné, con textos de Jacques Prévert.
      Le conté a Ester, tomaba su copa mientras decía que la gente que no es capaz de tomar vino tinto, le parecía débil y tonta. Apresuré mi copa y llegué al final. Ella leía Cortázar y yo también. Me hubiera gustado ser amiga de Ester, pero las circunstancias y el tiempo nos separaban.
      Habían matado en un día a sus tres hijos.
      Diez años después la encontré en el bar de la Facultad de Bellas Artes. Sentada en un rincón, con una boina roja, el sol recortaba su perfil. Empujé alumnos hasta aterrizar a su lado. Vivía en Francia. Tiene una hija que se llama Rosario, le puso el nombre de su origen, Rosario. Se quedaba en Argentina hasta que los represores de sus hijos fueran castigados. Cuando salió lo de obediencia debida y punto final volvió a Francia. Mandaba tarjetas donde contaba qué hacía y preguntaba: -¿Qué tal ese país genocida?

      Yo le escribía largas cartas, le informaba de mis últimos hallazgos fílmicos. Ester contestaba que allá hacía mucho frío. Epilogaba, como en mi vida, ¿viste?

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