domingo, 2 de agosto de 2015

CONTALE, CONTALE

      Entró a la sala de espera. Los lunes son días nefastos para los psicoanalistas. Cada paciente cuenta sus miserias y a la hora de pagar, sus miserias lloran mostrando billeteras vacías.
      Se repatingó en un sillón. Apareció una vieja operada o una joven gastada. Dijo buenas tardes y eligió la silla más incómoda que encontró, tenía golpes notables en la cara y una ceja partida al medio con sutura de hospital. En las salas de espera de los psi no se entablan conversaciones. Es correcto que así sea, para charlar hay bares, plazas. Sin querer y de aburrido preguntó a la mujer, cómo fue el accidente. Ella con voz cansina respondió que era un tema para hablar con su analista.
       Mi querida señora, hace veinticinco años que vengo, esto va para largo, no debemos exasperarnos, cuénteme nomás, la escucho. Todos empiezan igual, se lo garantizo yo que pasé por cinco analistas en un cuarto de siglo. La puedo ayudar. La mujer aceptó su oferta y expuso su desgracia, fue castigada por su padre, su madre, su marido y sus propios hijos. Una vecina buena y católica, esto último era un defecto de la vecina, al fin y al cabo, todos tenemos algún defecto, le dio la dirección del profesional que la rescataría de aquel desastre. Él hacía intervenciones atinentes y el calor de su contención apaciguó su dolor. La mujer sonrió por vez primera, se levantó de la silla, dijo gracias y se fue.
      Pasaron años, ninguno supo cuántos, era un detalle sin importancia para ambos.
      Ella lo reconoció de inmediato, se mostró agradecida por aquel episodio. Le pareció raro encontrar al hombre dentro de un consultorio vacío y preguntó porqué estaba allí. Él carraspeó y luego le dio tos, usó ese tiempo para elegir palabras que no angustiaran a la mujer.
      Él era el psicólogo que debió atenderla, aprovechó el sol que entraba en la sala de espera y allí se había producido la entrevista.
      Ella enfureció, dijo que no se jugaba con personas que sufren, lo tildó de estafador, irreverente, falto de respeto, gordo chanta mal nacido, le pegó una bofetada y desapareció.

      El psicólogo mirando un retrato de Freud, su único interlocutor válido, le pidió perdón y gritó que los que castigaron a aquella mujer fue porque lo merecía. Salió de su letargo y la corrió una cuadra para darle un puntapié en el culo.

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