Entró a la sala de espera. Los lunes son
días nefastos para los psicoanalistas. Cada paciente cuenta sus miserias y a la
hora de pagar, sus miserias lloran mostrando billeteras vacías.
Se repatingó en un sillón. Apareció una
vieja operada o una joven gastada. Dijo buenas tardes y eligió la silla más
incómoda que encontró, tenía golpes notables en la cara y una ceja partida al
medio con sutura de hospital. En las salas de espera de los psi no se entablan
conversaciones. Es correcto que así sea, para charlar hay bares, plazas. Sin
querer y de aburrido preguntó a la mujer, cómo fue el accidente. Ella con voz
cansina respondió que era un tema para hablar con su analista.
Mi querida señora, hace veinticinco años
que vengo, esto va para largo, no debemos exasperarnos, cuénteme nomás, la
escucho. Todos empiezan igual, se lo garantizo yo que pasé por cinco analistas en
un cuarto de siglo. La puedo ayudar. La mujer aceptó su oferta y expuso su
desgracia, fue castigada por su padre, su madre, su marido y sus propios hijos.
Una vecina buena y católica, esto último era un defecto de la vecina, al fin y
al cabo, todos tenemos algún defecto, le dio la dirección del profesional que
la rescataría de aquel desastre. Él hacía intervenciones atinentes y el calor
de su contención apaciguó su dolor. La mujer sonrió por vez primera, se levantó
de la silla, dijo gracias y se fue.
Pasaron años, ninguno supo cuántos, era
un detalle sin importancia para ambos.
Ella lo reconoció de inmediato, se mostró
agradecida por aquel episodio. Le pareció raro encontrar al hombre dentro de un
consultorio vacío y preguntó porqué estaba allí. Él carraspeó y luego le dio
tos, usó ese tiempo para elegir palabras que no angustiaran a la mujer.
Él era el psicólogo que debió atenderla,
aprovechó el sol que entraba en la sala de espera y allí se había producido la
entrevista.
Ella enfureció, dijo que no se jugaba con
personas que sufren, lo tildó de estafador, irreverente, falto de respeto,
gordo chanta mal nacido, le pegó una bofetada y desapareció.
El psicólogo mirando un retrato de Freud,
su único interlocutor válido, le pidió perdón y gritó que los que castigaron a
aquella mujer fue porque lo merecía. Salió de su letargo y la corrió una cuadra
para darle un puntapié en el culo.

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