sábado, 6 de junio de 2015

LA ROSITA

      Estrella se levanta a las cuatro y se duerme a las veintidós, ella es tambera desde casi niña, hasta sus cuarenta años. Yo, esa mañana, apurada por cobrar, pagar, desesperar. Hice la clásica cola: estilo campo de concentración. Cae de la nada a mi lado, una mujer joven que cuando sonreía le faltaba un incisivo, pero su rostro irradiaba sol y le brillaban los ojos como el día más feliz en la vida de alguien. -¡Ay señora, no sabe lo que me pasó anoche!
      –Me sobresaltó que hablara, pero quise saber, no sólo por gentileza-.
      La noche que escuchó ruidos en el techo, no estaban ni su marido ni los chicos. Subió por una escalera tembleque y no había nada. Cuando volvió a cerrar sus ojos, los mugidos partían el aire. Llamó a la familia porque la Rosita estaba por parir. Siguieron durmiendo y no hubo modo ni mano que la ayudara.
      Los hombres habían trabajado casi catorce horas.
      Se trasladó hasta el pastito seco que Estrella preparó para la parición de la Rosita, decía: -Primero salió el primero, ayudé, como lo vi hacer al patrón, después salió el segundo. Me quedé horas esperando la placenta. No salía y no salió, porque a un tercer ternerito faltaba nacer. El pobre cargó con los pesos de sus hermanos y quedó con una pata rara y una especie de giba camellera.

       La historia me interesaba más que cobrar, pagar y viajar en escritorio la mañana. Cuando Estrella me mostraba las fotos de la parición, desde el celular colgando de su trenza, parecía mostrar el mundo. Tenía que ir a verlos, dijo que no podía pagar el Banco, por eso fue a avisar. Pero la chata la esperaba. Volvía a cuidar su nueva familia y a charlar un rato con la Rosita, para tranquilizarla por lo del más chico y preguntarle si el parto le dolió mucho.

1 comentario:

  1. Emocionante. En vacas lecheras cada millón repartos hay uno de trillizos. Saludos a la heroica moza.

    ResponderEliminar