Estrella se levanta a las cuatro y se
duerme a las veintidós, ella es tambera desde casi niña, hasta sus cuarenta
años. Yo, esa mañana, apurada por cobrar, pagar, desesperar. Hice la clásica
cola: estilo campo de concentración. Cae de la nada a mi lado, una mujer joven
que cuando sonreía le faltaba un incisivo, pero su rostro irradiaba sol y le
brillaban los ojos como el día más feliz en la vida de alguien. -¡Ay señora, no
sabe lo que me pasó anoche!
–Me sobresaltó que hablara, pero quise
saber, no sólo por gentileza-.
La noche que escuchó ruidos en el techo,
no estaban ni su marido ni los chicos. Subió por una escalera tembleque y no
había nada. Cuando volvió a cerrar sus ojos, los mugidos partían el aire. Llamó
a la familia porque la Rosita
estaba por parir. Siguieron durmiendo y no hubo modo ni mano que la ayudara.
Los hombres habían trabajado casi catorce
horas.
Se trasladó hasta el pastito seco que
Estrella preparó para la parición de la Rosita , decía: -Primero salió el primero, ayudé,
como lo vi hacer al patrón, después salió el segundo. Me quedé horas esperando
la placenta. No salía y no salió, porque a un tercer ternerito faltaba nacer.
El pobre cargó con los pesos de sus hermanos y quedó con una pata rara y una
especie de giba camellera.
La historia me interesaba más que
cobrar, pagar y viajar en escritorio la mañana. Cuando Estrella me mostraba las
fotos de la parición, desde el celular colgando de su trenza, parecía mostrar
el mundo. Tenía que ir a verlos, dijo que no podía pagar el Banco, por eso fue
a avisar. Pero la chata la esperaba. Volvía a cuidar su nueva familia y a
charlar un rato con la Rosita ,
para tranquilizarla por lo del más chico y preguntarle si el parto le dolió
mucho.

Emocionante. En vacas lecheras cada millón repartos hay uno de trillizos. Saludos a la heroica moza.
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