Este invierno
tuvo frío. Él no tenía calefacción ni salamandra. Se calentaba con una sola
hornalla de la cocina, para gastar lo menos posible. Pero este invierno fue
distinto, no podía entrar en calor y andaba con dos piyamas superpuestos,
guantes rotos, sobretodo y sombrero enjaretado.
Le tentaba la
caja de palo de rosa, regalos de su Madre cuando era chico.
─Mamá!, esta
caja está vacía.
─Bueno, de eso
se trata, andá ahorrando desde ahora y la ponés adentro.
Tomó la decisión
de comprar una estufa eléctrica. Abrió su caja y retiró lo que había ahorrado
durante toda su vida. Encontró un lugar conocido y se compró la estufa. Todo un
fraude resultó. Era grande, del tamaño de un televisor, el frente era una placa
roja. Le enseñaron en el negocio, cómo se manejaban los controles.
─Si vive lejos
se lo llevamos nosotros.
─Sí, vivo lejos,
pero quiero llevarla caminando.
Le gustaba
caminar y portar semejante aparato bajo el brazo. Ni bien llegó a su casa,
prendió la nueva estufa, pensando que por fin estaría calentito. No había caso,
apenas entibiaba.
Al día siguiente
llegó al Negocio. Lo atendió el que se la vendió.
─Vea Sr, esta
estufa tiene algo roto, se la cambiamos por otra, pero la va a tener que pagar
de nuevo, en esta casa no aceptamos cambios.
Le dieron otra
estufa nueva, cuando se retiraba, un Custodio lo tomó del brazo y lo condujo a
la Caja.
─Acá le
confecciono la boleta, a ver...a ver..., tiene que pagar las dos.
─Pero, ¿si la
compré ayer?, ustedes mismo reconocieron que estaba rota. ¿por qué la tengo que
pagar de nuevo?
─Señor, ya le
expliqué, la Casa no admite devoluciones, por si no le quedó claro, el que
rompe paga y se lleva una nueva. aunque es posible que deba pagar las tres
estufas.
─¿Cuál es la
tercera?
─La tercera es
por las dudas.
─Pero no tengo
más plata.
─Vea, acá
tampoco se fía, como todo el mundo sabe: plata en mano, culo en tierra.
Ni bien llegó a
su casa la prendió. ¡Daba calor a todo! Nadie lo hubiera dicho, se partió la
pantalla en cuatro y por no tomar la distancia que corresponde, se sentó en la
estufa y se quemó ahí, (donde nos
quemamos todos los que nos gusta sentarnos en la estufa.)
Él, tomó la
estufa y caminó hasta el negocio, la arrojó en la vidriera, la hizo añicos.
Se sentó en una
escalera del banco, con su caja de palo de rosa, abierto a su lado y decía:
─¿No me daría
una monedita por favor?
Cuando se cansó
volvió a su casa y mientras se untaba los glúteos con Cicatul, miraba la caja
vacía.

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