martes, 4 de enero de 2022

PLATA EN MANO CULO EN TIERRA

   Este invierno tuvo frío. Él no tenía calefacción ni salamandra. Se calentaba con una sola hornalla de la cocina, para gastar lo menos posible. Pero este invierno fue distinto, no podía entrar en calor y andaba con dos piyamas superpuestos, guantes rotos, sobretodo y sombrero enjaretado.

   Le tentaba la caja de palo de rosa, regalos de su Madre cuando era chico.

   ─Mamá!, esta caja está vacía.

   ─Bueno, de eso se trata, andá ahorrando desde ahora y la ponés adentro.

   Tomó la decisión de comprar una estufa eléctrica. Abrió su caja y retiró lo que había ahorrado durante toda su vida. Encontró un lugar conocido y se compró la estufa. Todo un fraude resultó. Era grande, del tamaño de un televisor, el frente era una placa roja. Le enseñaron en el negocio, cómo se manejaban los controles.

   ─Si vive lejos se lo llevamos nosotros.

   ─Sí, vivo lejos, pero quiero llevarla caminando. 

   Le gustaba caminar y portar semejante aparato bajo el brazo. Ni bien llegó a su casa, prendió la nueva estufa, pensando que por fin estaría calentito. No había caso, apenas entibiaba.

   Al día siguiente llegó al Negocio. Lo atendió el que se la vendió.

   ─Vea Sr, esta estufa tiene algo roto, se la cambiamos por otra, pero la va a tener que pagar de nuevo, en esta casa no aceptamos cambios.

   Le dieron otra estufa nueva, cuando se retiraba, un Custodio lo tomó del brazo y lo condujo a la Caja.

   ─Acá le confecciono la boleta, a ver...a ver..., tiene que pagar las dos.

   ─Pero, ¿si la compré ayer?, ustedes mismo reconocieron que estaba rota. ¿por qué la tengo que pagar de nuevo?

   ─Señor, ya le expliqué, la Casa no admite devoluciones, por si no le quedó claro, el que rompe paga y se lleva una nueva. aunque es posible que deba pagar las tres estufas.

   ─¿Cuál es la tercera?

   ─La tercera es por las dudas.

   ─Pero no tengo más plata.

   ─Vea, acá tampoco se fía, como todo el mundo sabe: plata en mano, culo en tierra.

   Ni bien llegó a su casa la prendió. ¡Daba calor a todo! Nadie lo hubiera dicho, se partió la pantalla en cuatro y por no tomar la distancia que corresponde, se sentó en la estufa y se quemó ahí,  (donde nos quemamos todos los que nos gusta sentarnos en la estufa.)

   Él, tomó la estufa y caminó hasta el negocio, la arrojó en la vidriera, la hizo añicos.

   Se sentó en una escalera del banco, con su caja de palo de rosa, abierto a su lado y decía:

   ─¿No me daría una monedita por favor?

   Cuando se cansó volvió a su casa y mientras se untaba los glúteos con Cicatul, miraba la caja vacía.


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