Recién llegada, una muela me daba frío,
pregunté a una vecina –La mejor dentista de Tandil es la Dra. Ningunetti ,
antes pídase un turno de emergencia-. La muela me dolía y cuando la vi me dolió
más, fue la compañera del secundario, la que más odiaba.
Tan mala que recordé las firmas del
pergamino. Yo le puse “conchuda, es una suerte no verte más” y la firmé. La muy
hipócrita, con risa histérica leyó y puso cara de “no me olvido”.
Toqué timbre, se abrió y apareció
Ningunetti, me abrazó tan fuerte que fue el peor dolor de la muela. Ella
contaba cosas de su maravilloso marido y de sus hijos tan perfectos. A mí me
dolía la muela, un dolor dolorosísimo y la muy puta contando su vida. La corté –Por
favor Ningunetti, sacame la muela o vomito todo el piso-. Un espejo el piso,
hasta podía multiplicar el flemón de mi diente. Me senté en la butaca. Ella con
sus taquitos prendía luces y preparaba el instrumental. Me miró como a una
paciente cualquiera, me explicó que si no hacía una pequeña incisión, el diente
no saldría. El diente! El diente! Puso inyecciones de anestesia en el propio
lugar, la dejé seguir. Me quedé sola con la boca abierta. Con sus taquitos
hablaba de lejos de la cantidad de viajes que hizo. Visitó el mundo entero. Los
taquitos llegaron y Ningunetti, con ojos de arpía metió pico y pala. Me di
cuenta cuando se me fue la anestesia, hizo un cráter en mi encía, me di cuenta
que me cobró una cifra desproporcionada. Me di cuenta después de diez días en
cama, con bolsa de hielo y calmantes que no calmaban.
Ningunetti conchuda, fue perfecto.

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