sábado, 12 de diciembre de 2015

CENICIENTA


      Las amigas tenían su misma edad, pero con atributos de adolescentes en desarrollo. Pety carecía del formato de las otras, era una tabla por delante y por detrás.
      En las fiestas de quince se agudizaba su malestar. Los padres la vestían como para asistir a misa, traje color azul marino, con un cuello blanco insulso, zoquetes blancos y zapatos chatos. Las amigas vestían con escote, cinturas marcadas, medias transparentes y tacos altos. Los lugares se decoraban con mesas redondas, el sector de baile en medio del salón. Cuando la música comenzaba, los chicos sacaban a bailar a sus amigas, menos a Pety, que planchaba en todos los eventos. Una noche de luna llena un chico la miraba con timidez inmerecida, pensaba Pety. El chico cruzó la pista en una recta perfecta, inclinó su cabeza y preguntó -¿Bailás?-. Ella dijo un sí, inaudible y él la tomó por su inminente cintura. Advirtió que Pety no sabía bailar y le sugirió que se dejara llevar, primero con distancia, luego de varios temas de Los Beatles, el inefable “Yesterday”, unió sus cuerpos angelados. Las amigas la miraban con asombro. Pety bailaba con el más buen mozo de la fiesta, el más codiciado. El encanto se desvaneció a las tres, cuando su padre pasó a retirarla. Peter, así era el nombre del chico, preguntó al padre si no lo dejaba en su casa, quedaba de camino, antes se presentó.
      Subieron al auto, ella lo miraba por el espejo y Peter respondía con sonrisa escondida. No se dio el clásico de ¿a qué escuelas vas?¿cuántos años tenés?¿cómo te llamás? Sólo el silencio y la música los unieron esa noche.
      Luego no lo vio más. Nadie supo más de Peter.
      Ella terminó sus estudios, con la cabeza abierta que da el conocimiento y el cuerpo desarrollado, con lo que hay que tener y algo más. Nunca olvidó aquella noche.
      Pasaron años, Pety asistió a un congreso en Bolonia y lo descubrió mientras Peter exponía. Era él, sin duda, más alto aún, un pope con voz grave, una precisión en el lenguaje que produjo un aplauso cerrado. En la multitud era dificultoso llegar a él. Con un grito descarado lo llamó
-¡Peter!-. La miró como a una perfecta desconocida.
      Pety trató de echar recuerdos en la memoria de Peter. La miró como si le hablara a una demente. Aseguró no conocerla. –No tiene importancia- dijo Pety –de todos modos vuelvo a Argentina hoy-.
      Lo dejó diciendo algo como, -Lindo país Argentina, lástima sus gobiernos, de todas maneras ni se me ocurriría volver-.

      Ella llamó un taxi y se fue sin saludar.

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